UNA VIEJA TRAMPA
Al escribir este artículo, la cifra oficial de muertos por covid19 en México (dada por el que aplana las curvas que siguen siendo curvas, es decir, por el subsecretario Hugo López Gatell) es de 3 mil 465 muertos, cantidad que califican de falsa fuera y dentro del país, denunciando que el gobierno federal no dice el monto real y superior de fallecidos, aplicando unos endebles y mañosos modelos matemáticos, a modo.
Ojalá no hubiera mexicanos muertos por ese motivo viral, ni por causa violenta ni ilicitudes; pero mentir, no es lo honesto.
Obvio que la vida y la muerte forman parte de un proceso natural; pero está claro, también, que es lógico que el progreso científico tenga el propósito de prolongar y mejorar la vida de nuestra especie.
Por ello, debemos preguntarnos, ¿quién desea que el covid19 mate a más mexicanos?
¿Habrá alguien que todos los días esté al pendiente del número de muertos por ese virus, para atacar con mayor reciedumbre a los neoliberales y a los conservadores?
¿Existirán los que quieren aumentar la mortandad de mexicanos provocada por ese coronavirus, para atacar con mayor virulencia al presidente AMLO?
Tengo, para mí, que sólo un enfermo mental, o una gente mala, desea la muerte de otros.
Toda persona conciliada consigo mismo y con su medio desea y hace el bien a los demás.
Aunque en el mundo no existe lo bueno y lo malo en términos absolutos, ya que el bien y el mal no son conductas ni resultados ni percepciones estáticos o inamovibles.
La bondad puede convertirse en maldad en un abrir y cerrar de ojos, y a la inversa.
Los mundos recreados por la literatura del francés Honorato de Balzac (1799-1850, en su Comedia Humana), del británico Charles Dickens (1812-1870, en su Oliver Twist), y del ruso Fiódor Dostoyevski (1821-1881, en Los hermanos Karamázov), nos prueban de forma vivencial precisa, como existe en el alma de todos los humanos lo bueno y lo malo, jugando dialécticamente a la armonía, y al desequilibrio.
Así, las personas llevamos clavados en la entraña cerebral el bien y el mal, y al fin de nuestra vida, ante la visión de nuestros contemporáneos y sucedáneos, se juzga (consciente o inconscientemente) el balance de nuestras obras respecto de esos dos valores, únicos lados de una misma moneda.
En cantidad, pero más en calidad, se verá si pesan más nuestros actos buenos que los malos; o, al contrario. Tal será, cuando bien nos vaya, el resultado de nuestra vida.
Con ese fondo conceptual, observo que el presidente Andrés Manuel López Obrador y sus simpatizantes, y la oposición a ellos, en crecimiento por el desencanto que AMLO sigue provocando, han caído en una vieja trampa: la opción errónea de luchar buenos contra malos.
Y en estos casos el mayor responsable es quien tiene el poder, más si es él, quien falsamente piensa que sólo él es bueno, y los que no piensan ni dicen ni hacen lo que ordena el presidente son los malos, conservadores, fifís, neoliberales y enemigos de México.
Qué grotesco es que el presidente de la república, sea quien sea, se sienta que él es México.
Qué garrafal yerro es que el presidente de México no quiera ni pueda unir a todos los mexicanos, mostrando con saña lo peor de sus entrañas.
Invito a la reflexión, para que generemos eficaces, buenas e inteligentes, acciones para superar nuestros problemas y maldades; para poner todas las supuestas o reales conductas públicas y privadas a la luz de una discusión responsable y abierta, a favor del sano desarrollo de todos los mexicanos.
Ya que las remesas están a la baja, el petróleo a la baja, el empleo a la baja, la educación a la baja, el ahorro y las reservas a la baja, la seguridad pública a la baja, la economía a la baja y, para colmo, la confianza en el presidente AMLO está a la baja.