La nueva convivencia forzada por el Coronavirus continúa bajo el signo de la incertidumbre, plasma estampas plagadas de negligencia y otras de genuina empatía, las estadísticas cada día parecen más demoledoras porque gestan historias de horror multiplicadas, en el fondo de ellas se registra la depresión y en muchos casos el vacío emocional. El propio presidente Andrés Manuel López Obrador informó sufrir el contagio por Covid-19, también el empresario Carlos Slim.
México continúa en un trance peligroso porque los contagios crecen, también los índices de mortalidad, otros países como Estados Unidos, La India, Brasil, por citar algunos, también reflejan la gravedad de una pandemia que ha marcado al siglo XXI.
Las redes sociales se han convertido en un interminable obituario, ha llegado a todos los círculos porque si antes de miraba distante ahora en todas las familias alguien o algunos seres cercanos ya han sido contagiados. Ante un panorama tan sombrío no se puede comprender a tanta gente que desafía al Coronavirus de manera permanente, oposición al confinamiento y al uso recomendado de cubrebocas.
Fiestas clandestinas, reuniones familiares o de amistades son frecuentes, pareciera que la información de los cuantiosos daños humanos no indica nada. Ausencia de empatía, resistencia ante la nueva convivencia y un grado superlativo de imbecilidad son constantes.
Estamos inmersos en un proceso electoral, las ambiciones legítimas afloran con el creciente número de aspirantes que pretenden alcanzar un cargo de representación social, aunque muchos pasan por alto que no es recomendable en estos tiempos las reuniones numerosas porque la Covid-19 está omnipresente. Tal parece que la sensibilidad que dicen tener quienes aspiran a convertirse en representantes no existe, de hecho presumen imágenes con sus simpatizantes. Con ese ritmo los daños se pronostican mayores.
Estamos en emergencia aunque haya quien no lee ni asimila las señales de estos días oscuros pintados de luto, más allá de las insuficientes políticas públicas gubernamentales para la contención de la pandemia, de la saturación de hospitales y falta de oxígeno que ya afecta a una cantidad creciente de enfermos, la irresponsabilidad influye para que no haya avances porque la cadena de contagios no para su ritmo acelerado.
Mientras la polarización y el encono continúan, las disputas políticas retratan los desencuentros entre los actores de la vida pública parece no hay espacio para un escenario que se aproxime a lo sosegado, en medio de dichos lances tenemos el peso y paso de una pandemia descomunal.
El inicio del 2021 ha sido más complejo que el año anterior porque la pandemia se extendió, la vacunación es lenta en nuestro país, además salpicada por el influyentismo entre algunos burócratas del sector salud ausentes de humanidad y con la proclividad a romper protocolos y reglas.
No concluye la noche prematura que provocó la Covid-19, Joe Biden una vez que arribó a la presidencia de Estados Unidos pronosticó que aumentarían contagios y muertes en el vecino país del norte y propuso otra logística para lograr avances importantes en cuanto a la vacunación.
Mientras acá en México muchas personas exhiben su desabasto de conciencia, la nula responsabilidad y gobiernos repelentes a la crítica que no reconocen sus propias insuficiencias. Por salud pública es tiempo de asumir un compromiso moral, ético, impermeable a prejuicios que solo reflejan mezquindad.