Cayó el telón en los Juegos Olímpicos de Tokio, serán recordados por las estampas atípicas como lo resulta casi todo en la era de la pandemia, los estadios desolados que en esta edición permanecieron sin la algarabía pletórica de otros momentos.
La delegación mexicana retornó con cuatro metales de bronce para confirmar que el deporte en México no es considerado como una prioridad en materia de políticas públicas, pareciera valer más el esfuerzo individual, como suele suceder de manera sempiterna.
Mientras la discusión en los temas de la agenda política continúa, otros asuntos mantienen viva la incertidumbre porque no parece disminuir la violencia, las masacres no terminan ni los dardos del crimen organizado y ello hace visible un problema crónico llamado impunidad.
El estado de derecho parece existir solo en los discursos porque realmente tenemos uno deficiente, ante la magnitud de problemas alrededor de la inseguridad solo queda la ruta de la aplicación de la norma de modo contundente, de lo contrario las dificultades aumentarán con todas las secuelas que se desprenden de una situación complicada como la que impera y que puede tornarse más caótica.
En muchas zonas del país la gobernabilidad está en predicamentos porque la responsabilidad del estado mexicano parece haberse congelado, los resultados han sido funestos porque los índices delictivos se han disparado como la metralla que se escucha cotidianamente sin que se visibilice un proyecto auténtico de pacificación.
También se puede observar la mezquindad de quienes parecen apostarle al fracaso de la actual administración federal, los vacíos se hacen evidentes y éstos se llenan, a veces de manera desafortunada como lo expresan los múltiples problemas de violencia que diagnostican un severo padecimiento.
Muchos ilícitos se han incrementado, por ejemplo los feminicidios, lo cierto es que el baño de sangre no amaina. Las políticas públicas de prevención tampoco son visibles y con todo ese cuadro espeluznante se diluye el estado de derecho para dar paso a una evidente anarquía contaminada de violencia, impunidad y desencanto.
La administración federal debe asumir su responsabilidad enteramente y dejar de culpar al pasado porque lo importante es el momento presente con todo y su carga de estropicios.
Sabemos que en el pasado reciente se declaró una guerra contra el narco sin ton ni son, al final del día la táctica y estrategia resultaron fallidas, la realidad lo reflejó. No obstante, lo que se demandan son resultados y la oposición no se distingue precisamente por articular alternativas, es la confrontación por sí misma.
La incertidumbre se adueña del estado de ánimo de millones de mexicanos que han sido marcados por el crimen, constantemente los espacios informativos se atiborran de notas rojas porque la realidad así las surte, en algunos altos funcionarios pareciera que su capacidad de asombro se terminó y observan lo que sucede como si fuese lo ordinario.
El cuerpo social de México sufre la violencia desatada y la capacidad de respuesta del estado luce insuficiente.
Nadie está obligado a lo imposible pero si a lograr avances, resultados tangibles, porque ese fue el compromiso y es la respuesta que las esperanzas mantienen con vida.