EL PRESIDENTE “POPULAR” Y COSTOSO
Hace días se llevó a cabo en Roma, Italia, una reunión más del G20, organismo que ha generado el espacio apropiado para intercambiar informes e ideas, y tomar decisiones, por parte de los países más poderosos del mundo, sobre temas de importancia internacional.
El presidente de los EU Joe Biden, en persona, enriqueció el debate y los acuerdos sobre el cambio climático en el planeta.
Los jefes de estado de China y de Rusia no asistieron personalmente, empero, participaron ambos, cada quien en su turno, aportando valiosos puntos de vista a través de plataformas cibernéticas.
Vladimir Putin planteó la urgencia de ser ágiles en el reconocimiento, mutuo, de las vacunas contra el covid-19.
Xi-Jinping subrayó la necesidad de que el desarrollo global sea más equitativo y, además, inclusivo.
Los asuntos torales fueron: la lucha contra el covid y las previsiones para futuras pandemias; medidas para afrontar el cambio climático; mejorar la arquitectura fiscal de cada estado para garantizar que las empresas multinacionales contribuyan en forma equitativa en cada nación; suprimir paraísos fiscales; tomar medidas inmediatas para que las compañías digitales aporten contribuciones pertinentes; interconectar más a las economías de los países, haciendo menos turbulentos esos vínculos al fijar con precisión lo que es la justicia en cada caso.
Y algo básico, tomaron medidas prácticas programadas para los años 2022 y 2023 y, al fin de estos años, evaluar los efectos, cuidando que el multilateralismo no siga agudizando la desigualdad.
Al parecer, nadie echó de menos, en esa asamblea, la inasistencia del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, “subcampeón de popularidad en el mundo”, según una revista que, acaso, andaba jugando bromas.
Amlo delegó su representación en el secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard, quien sabe aprovechar estos foros (y otros) en abono de su futuro electoral.
En cambio, López Obrador tiene fobia a salir del país, a foros internacionales. Él se siente como peje en el agua en su mañanera y en los escenarios huehuenches controlados por su equipo.
Su inclinación natural es hacía la desconfianza, y en el extranjero se multiplican sus temores.
Incluso, al interior del país, en el fondo de su alma, sospecha de todos: parientes, amigos, compañeros, colaboradores, y hasta desconfía de su propia sombra.
Obligado, este 9 de noviembre próximo, el presidente mexicano estará en Nueva York para visitar la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ya que nuestro país asumirá la presidencia de su Consejo de Seguridad.
Previamente Andrés Manuel anunció su tema: “Voy a hablar de lo que consideró el principal problema del mundo, la corrupción que produce desigualdad. Sobre eso va a ser mi mensaje”.
Amlo tiene años fijando nuestra agenda nacional.
Su capacidad para manipular la atención de los mexicanos es reconocida; pero la programación mundial no la maneja. Así que desde esa tribuna planetaria nos seguirá hablando a los mexicanos, a sus paisanos, desaprovechando la oportunidad para hablar ante el concierto de las naciones.
Desde la ONU ejercerá como mañoso distractor de alcances provincianos.
En esa tribuna no dirá que la ecología y el cambio climático son un simple invento del “neoliberalismo”, ni menos aseverará que sus grandes obras públicas (refinería Dos Bocas, tren maya, y aeropuerto Santa Lucía) ya contaminan arduamente.
Tampoco dirá que nos ha mentido a los mexicanos, y que esa es una forma grave de corrupción; como tampoco presentará los casos de saqueo en su administración por sus parientes, amigos colaboradores y compañeros de partido.
Ni revelará el secreto de cuántos millones de pesos nos está costando el presidente de la república cada mes.
Silencio respecto a sus corrupciones. ¡Sólo silencio!