La esperada pelea de votos del pasado domingo no dejó ganadores ni derrotados absolutos, aún y con la aplanadora de Morena a la alianza opositora en Quintana Roo e Hidalgo, donde la diferencia de puntos fue de dos y hasta tres a uno, respectivamente. Eso es como derrotar 9-3 al equipo rival en el fútbol. Goleada, decimos los pamboleros.
Pero en la cancha electoral, la lectura del resultado no es tan simple. Me explico:
El ganador llegó a las urnas con todo el aparato del Estado y los operadores del Presidente Andrés Manuel López Obrador desplegados en los campos de batalla. Sus más grandes figuras acuerparon a los candidatos morenistas, abierta y públicamente, sin recato ni inhibición alguna, emulando al viejo PRI y a otras marcas políticas que han hecho de esas argucias su estrategia en tiempos de campaña.
Ahí estaban Claudia Sheinbaum, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México; Adán Augusto López, el Secretario de Gobernación, y Marcelo Ebrad, el Secretario de Relaciones Exteriores. Las mayores corcholatas de AMLO en pleno desdoble para acarrear votos a Morena y, de paso, ponerlos a prueba para las definiciones que vienen.
La cargada hizo abrigar en Los Pinos – y también en el cuarto de guerra de Morena – , la idea de que estaban dadas las condiciones para ganar, caminando, las seis gubernaturas en disputa. Con eso estarían dejando descalificada a la alianza PRI-PAN-PRD de cara a la eliminatoria del 2024. Era su oportunidad para darle el tiro de gracia.
Pero no fue así. Los pocos goles del rival le alcanzaron para avanzar a la siguiente fase y abrazar la idea de que, vencer a Morena, con todo y el aparato del Estado, es posible. Habrá que esperar si, en la narrativa comunicacional y en la operación política, logran capitalizar los triunfos en Aguascalientes y Durango.
Lo sucedido en esos dos estados podría ser la fórmula para comenzar a construir una ruta que los coloque en condiciones de competir para ganar, no solo de competir. La ruta debe pasar por dos elementos esenciales, vitales y obligados: sumar, sí o sí y de inmediato, a Movimiento Ciudadano, y entrar, desde ahora, a un proceso de selección del candidato o candidata que no solo los unifique, sino que, además, goce o atrape rápidamente la empatía ciudadana.
Un error en esa ruta los llevará a la inevitable derrota por una sencilla razón: están contrareloj y Morena es hoy el nuevo partido hegemónico del país. Es el nuevo PRI. Los arrasará si no se unen.
Y es que, con pocos años de vida, Morena logró lo que el tricolor no hizo, es decir, sumar 22 de las 32 gubernaturas posibles en su poder. El PRI, en su momento más avasallador de la época contemporánea, tuvo 21 gobiernos estatales en el año 2001. De tener cero gubernaturas antes de las elecciones del 2018, Morena hoy tiene tres terceras partes de estas.
Le doy más datos para dimensionar la fuerza amasada: los 22 estados en manos del partido del presidente, representan el 58.6 por ciento de la población y el 57.7 por ciento del PIB nacional. El PRI, con ya solo tres gubernaturas, tiene al 17.4 por ciento de la población donde se genera el 13.9 por ciento del PIB, mientras que el PAN tiene cinco estados donde se concentra el 12.7 por ciento de la población y el 13.1 por ciento del PIB.
En ese estadístico el PRD no figura. Su última gubernatura, Michoacán, la perdió en 2021 con apenas 16 mil votos de diferencia, aún y sumando al PRI y al PAN en una inédita alianza en esta entidad. La unificación es el único soporte vital que tiene la oposición.
Y es que en política ninguna derrota es permanente, ni tampoco las victorias. Ahí está el PRI de 1998 en Michoacán, cuando obtuvo carro completo en el Congreso local y, en la siguiente elección, la del 2001, le arrebataron por primera vez la gubernatura después de más de 70 años de un dominio casi absoluto.
La historia nos dice que, de una elección a otra, el escenario puede cambiar drásticamente.
Por eso, decir y creer que #haytiroen2024 es tan presuntuoso, como lo es declararse ganador con dos años y medio de anticipación. La soberbia, en cualquiera de los contrincantes, puede ser el inicio de su caída.
Cintillo
Unos días después de que el Congreso les dio el insólito – y ofensivo – premio al Mérito Docente, los condecorados normalistas destruyeron computadoras, documentos del gobierno y, de paso, el respeto que debe imponer la autoridad. Por lustros los dejaron crecer, y ese premio los agigantó todavía más.