Todo hombre tiene su precio, lo que hace falta es saber cuál es
Joseph Fouché (1758-1820) Político francés
Gerardo Ruiz Esparza debe agradecer que trabaja para un presidente para el que no pasa nada y que vive en un país en el que no pasa nada. Así, el nulo nivel moral del secretario de Comunicaciones y Transportes le permite seguir cobrando como tal, pese a que a su cuenta se tengan que incorporar dos muertes producto de una irresponsabilidad que sólo en México se queda en la impunidad.
En cualquier país en el que se respete la ley y, sobre todo, se respete a sí mismo, Ruiz Esparza hubiera renunciado el mismo día en que un socavón en la autopista de dos mil millones de pesos que apenas dos meses antes había inaugurado el presidente, se tragó a dos hombres, padre e hijo, que confiaron en utilizar una vía hecha a “lo mexicano”, es decir, a lo corrupto, a lo mal hecho.
Ruiz Esparza ni siquiera habría tenido que esperar a que el presidente lo cesara, él debió poner su renuncia por dignidad, por vergüenza, pero es claro que ambos términos no están registrados en su diccionario personal. Y en el del presidente tampoco.
Por eso, todo quedó, como era fácil de augurar, en renunciar a un funcionario de rango medio, el delegado de la SCT en el estado de Morelos. A él sí, todo el peso de la ley. A la mexicana, que paguen los de abajo, que los de arriba son intocables.
El paso rápido –pero mortal- de Cuernavaca, ejemplifica lo que es la obra pública en este país: corrupta, de complicidades, de nula calidad: tú recorta gastos, mete material del menor precio y luego yo, como autoridad, valido la obra, digo que cumple con todos los requisitos y normatividad, y ahí nos vamos en el moche.
En Morelia sabemos de esa práctica. Afortunadamente con consecuencias no nefastas, pero la supuesta rehabilitación de la calzada Juárez es también prototipo de la complicidad de las empresas constructoras con el gobierno, en este caso municipal. Moche de por medio, y luego vienen las consecuencias.
No por nada, un presidente de la república de los años veinte del siglo anterior, alertaba a sus amigos empresarios: tú construye, que ahí está la clave.