ABRAZOS Y BALAS QUE ASESINAN
En México celebramos todo. Hasta tenemos asignado el 2 de noviembre, de cada año, como Día de los Muertos, y en él incluimos a todos los difuntos, sin ninguna distinción.
Aunque la muerte es más bien un asunto de los vivos, de los sobrevivientes, a los fallecidos les atañe su fin, pero ya no les interesa, pues han llegado a ser nada, de lo que fueron en vida. Son extintos y se han convertido en otra cosa.
Ese jovencito poeta coahuilense, estudiante de medicina en la Universidad Nacional de México, Manuel Acuña (1849-1873), suicida con motivo amoroso relacionado con la encantadora y legendaria Rosario de la Peña, nos dejó grabado, en ‘Ante un cadáver’, un macizo y claro mensaje:
“Que al fin de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas, pero nunca muere.”
Claro que no todos nuestros muertos han ejercido su voluntad para perder la vida, y no todos por romanticismo imitan la autoinmolación del joven Werther, personaje de Goethe.
Nuestros millones de muertos, en el México actual, son difuntos porque el gobierno, directa y/o indirectamente, los ha asesinado.
Desde luego, unos gobiernos han sido más asesinos que otros.
Para explicar lo anterior, partamos de la base que el primer deber de todo gobierno es brindar seguridad pública a su población, siguiendo, las reglas fundamentales al respecto.
Antes que mal construir un supuesto aeropuerto internacional que no funciona, una refinería en un pantano que se inunda cada año, o las vías con tren turístico que pasará cerca del rancho del presidente, un gobierno, digo, tiene que cumplir su fundamental obligación de garantizar la seguridad pública de todos los que vivan en nuestro país.
Si el presidente López hubiera logrado resolver el grave y peligroso problema de la inseguridad pública que padecemos; con sólo eso, hubiera logrado el reconocimiento y el aplauso de todos.
Al no cumplir con ése, su primordial deber gubernativo, es responsable el presidente López de 127 mil, 894 asesinatos acaecidos en 3 años 10 meses de su ejercicio presidencial.
Y como Andrés Manuel ha sido el presidente más mentiroso que ha tenido México, prometió que en pocos días tendría al país pacificado; lo que no ha cumplido.
De seguir esos altísimos montos de ultimados, a su cargo, al entregar el poder el presidente López llevará, en su conciencia, más de 200 mil asesinados por su irresponsabilidad.
Pero el rubro de salud pública también lo descuido, por su ambición personal de construir obras faraónicas por el camino de su propia corrupción, y con todo el peso de su ineptitud.
Desplantó la política de salud contra el Covid, asegurando que ese virus era inventado por los conservadores y los neoliberales, que era enfermedad de ricos, que él tenía un escapulario milagroso para detener al maligno, más un amuleto consistente en un billete de dos dólares, y otra serie de charlatanerías.
Cuando se espantaron por tantos muertos, y muchos de ellos pobres, no quisieron hacer gastos en pruebas, y obtuvieron vacunas caras, algunas sin certificación internacional, usándolas con procedimientos electoreros.
Los asesinados de esta manera por un gobierno chistoso y tonto, oficialmente fueron 500 mil víctimas, pero organismos internacionales contabilizan un millón de martirizados por esa proceder jocoso y perverso del presidente y sus títeres cómplices.
En salud pública olvidaron hasta los niños con cáncer, sacrificados por un pésimo ejercicio de poder presidencial.
Tarde o temprano, el presidente tiene que responder por tantos asesinatos gubernativos, en tribunales nacionales y/o internacionales.
Mientras, manos mexicanas llenarán el territorio patrio con flores para nuestros muertos.