CONTRA LA MALDAD EN MÉXICO
Qué maravilla es el cerebro del ser humano, ya que lleva, en sí, todo lo que descubre, más todo lo que imagina, y lo que crea.
En su sistema nervioso encontramos, revueltos, u ordenados, los fenómenos existentes: físicos, matemáticos, biológicos, químicos, poéticos, históricos, religiosos, jurídicos, éticos, filosóficos, astronómicos, políticos, económicos, y demás etcéteras.
La lucidez talentosa del español errabundo León Felipe Camino (1884-1968), nos sigue refiriendo en su herencia mensajera:
“Hazme una cruz sencilla, carpintero…
Sin añadiduras ni ornamentos…
Que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos.
Los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno que distraiga este gesto:
Ese equilibrio humano de los diez mandamientos…
Sencilla, sencilla…
Hazme, hazme una cruz sencilla, carpintero.”
Empero, la inteligencia del hombre no queda únicamente en poesía. La realidad de aquellos hechos sobre un cristo en su cruz, y dos acompañantes de malas costumbres también sacrificados, cierta o no, está ahí.
¡Aterra y conmueve!
Tres cuerpos humanos clavados, cada uno en su agobio, en lo alto del Calvario.
Llovía y se iniciaba la oscuridad. Esos hombres crucificados chorreaban sangre, y estaban en agonía.
Los constantes y terroríficos rayos, caídos del cielo, iluminaban el tétrico escenario. La gente que estaba por morbo y curiosidad, para ver si dios salvaba a su hijo Jesús, empezó a irse, rápido y desilusionada.
Sólo quedaron las marías: María madre de Jesús, María Magdalena, María de Cleofás; y tal vez Salomé, Juana de Cusa y Marta.
A mí no me cabe duda de que estaban aterradas, pletóricas de miedos.
Y aquel Jesús moribundo, en sus últimos estertores, sintió su enorme soledad, bajo su cognición de ser vulnerable.
¿Dónde estaba el Padre, propicio y dispuesto a darle su ayuda divina?
Nadie pudo ni quiso socorrerlo. El salvador de todos, no pudo salvarse a sí mismo.
De ese momento es cuando los cuatro evangelios oficiales, aprobados por el imperio romano en el Concilio de Nicea, donde se instituyó el cristianismo, nos narran que Jesús sacó de su garganta un grito desgarrador.
“Elí, Elí, lamma sabactani”.
“Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?; éstas, son las siete palabras.
¡Que duras y que ciertas!, ante un despojo sin vida, reposado al fin en un roca del huerto, envuelto en una sábana perfumada, por la atención cariñosa de su madre terrena.
A ese Jesús judío que había transmitido a los vivos amor, con un feliz mensaje, le pagaron con la muerte; y ya sin vida, debía estar entre los muertos, o mejor aún, tenía que estar entre los durmientes, por creencia de la religión hebrea que establece la resurrección, permeándola a todas las religiones que de ella nacen.
Con esa creencia, todos los que han muerto, o moriremos, son o seremos durmientes. Y todos despertaremos para asistir al juicio final, resucitados.
Conforme a esa visión, Jesús se nos adelantó al resucitar al tercer día de ser durmiente.
Las mujeres que acompañaban a María, para recoger el cuerpo de Jesús, se encontraron con que alguien había removido la enorme piedra que tapaba la cueva en donde reposaba el durmiente sagrado.
Dentro de ese socavón, encontraron a un jovencito vestido de blanco llenó de luz, quien les informó: “No os asustéis. El que buscáis, no está aquí: ha resucitado, pero pronto volverán a verlo”.
Y… ¿cuándo es “pronto”?, en la agenda de la teología cristiana. ¿Veinte milenios más, o antes de que concluya el año 2023?
Los tiempos que hoy vivimos son complicados, y muy riesgosos para la humanidad.
La maldad ha tomado el poder.
Y nosotros, sí estamos aquí, y es necesario cumplir nuestros deberes jurídicos y éticos.
Con la resurrección de nuestros mejores valores, es urgente que superemos a esa malignidad que tanto afecta a México.