La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso, y aplicar luego los remedios equivocados
Groucho Marx (1890-1977) Actor norteamericano
Acostumbrado a “negociar” al estilo de la mafia italiana, con un cadáver sobre la mesa, el presidente López Obrador aseguró la noche de este miércoles que “ya hay un buen arreglo” con Grupo México, al que su gobierno le expropió su infraestructura ferroviaria del corredor interoceánico del Istmo de Tehuantepec.
Un “buen arreglo” en palabras del presidente, no puede significar otra cosa que una imposición a su modo: con el dedo en el gatillo y la pistola puesta en la cabeza del de enfrente.
Seguramente, ese arreglo quedará sin conocerse, dada la proclividad del presidente a ocultar todo cuanto tiene que ver con información sensible o susceptible de ser cuestionada.
Pero al margen del alcance de ese supuesto buen arreglo entre el gobierno y Grupo México, es evidente que la expropiación confirma los peores temores que siempre ha habido sobre el talante dictatorial de López Obrador y, sobre todo, reduce a polvo lo poco que quedaba de confianza para la inversión privada en este régimen.
¿Quién diablos va a confiar en invertir su dinero en un país gobernado por un político con visión de mediados del siglo anterior, que está decidido a concentrar el poder y a enviar señales de que mientras esté en Palacio Nacional, solo sus chicharrones truenan?
La mejor prueba de las consecuencias de su decisión populista, es el toque de retirada que emprendió CityBanamex, que de querer negociar una venta de su marca mexicana, pasó a resguardarse bajo el manto protector de la Bolsa de Valores, para desde ella impulsar una licitación. No es para menos, dado el peligro que significa López Obrador para las inversiones privadas. Cualquiera haría lo frente.
Y a la pesadilla ya solo le quedan 490 días.
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