En política solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela
Antonio Machado (1875-1939) Poeta español
¿Es en serio?, ¿en verdad por un “acoso laboral” en una oficina pública toda la burocracia en pleno paraliza la actividad de un gobierno y pone de cabeza a una ciudad?
Este jueves ello sucedió en Morelia, porque el líder del sindicato de burócratas estatales, Antonio Ferreyra, ordenó a la base toda, sin excusa ni pretexto, no presentarse a laborar y además marchar para exigir alto al acoso laboral que, dice, se presenta en Casa de Gobierno en contra de su personal de parte de una funcionaria de nombre Amalia Hernández González.
A ver: en Casa de Gobierno no debe haber más de una treintena de empleados sindicalizados. Nadie supo precisar a este reportero quién es Amalia Hernández ni qué responsabilidad desempeña; por tanto se infiere que debe ser alguna jefa de departamento de ínfima jerarquía, la cual deberá tener a su cargo cuatro o cinco empleados.
Suponiendo que efectivamente ella incurra en “acoso laboral”, dimensionemos el problema: “acosa” a cuatro o cinco trabajadores sindicalizados. Que Ferreyra, el líder sindical, ordene una movilización de sus más de seis mil agremiados porque cuatro o cinco de ellos son víctimas de acoso laboral, es una absoluta irresponsabilidad, amén de que evidencia su ausencia total de capacidad para solucionar un conflicto de tan reducida magnitud. Y habrá que ver también qué entiende el sindicato por “acoso laboral”.
Si éste fuera generalizado, fuera una política globalizada en todo el gobierno del estado, o en una buena parte de él, se justificaría una reacción tan violenta como la de este jueves por el sindicato en pleno. Pero si Ferreyra no es capaz de solucionar un conflicto de un puñado de agremiados sin paralizar la ciudad, es que su fuerza en realidad está menguando. El tamaño de la reacción es inversamente proporcional a la fuerza de una dirigencia.
Este reportero recibió varios mensajes y llamadas de sindicalizados molestos por la orden que recibieron de su líder, porque están conscientes de que es una absoluta irresponsabilidad paralizar al gobierno y a la ciudad por una nimiedad como la descrita. Empero, son obligados a asistir a la marcha y a parar actividades, porque no hacerlo les significa una afectación en sus prestaciones.
Ni pensar entonces qué pasaría si realmente se presentara una afectación grave a las condiciones laborales de la mayor parte de los sindicalizados. El Staspe desataría una revolución.
Y a la pesadilla ya solo le quedan 482 días.
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