El castigo es justicia para los injustos
San Agustín (354-430) Filósofo y teólogo romano
Este lunes la realidad pintó un retrato de cuerpo entero de Andrés Manuel López Obrador: enemigo de la división de poderes y de los contrapesos ciudadanos al poder público, y calculador nato y eficaz de los tiempos político-electorales.
Su ausencia del acto oficial conmemorativo de la promulgación de la Constitución, en Querétaro, no es anecdótica ni producto de un estilo de gobernar, es la evidencia más nítida de su aberración al sometimiento que todos debemos a la ley si lo que queremos es un estado de derecho.
No estuvo en Querétaro no por no saludar a la presidenta de la Corte, Norma Piña, sino para dejar constancia abierta, burda, de que en su modelo de país nadie debe estar por encima de él, como presidente, ni siquiera compartiendo y dividiendo el poder. A él, que no le vengan con que la Constitución es la Constitución. Pamplinas!
Y más tarde, la presentación de sus iniciativas de reformas constitucionales, confirmaron su talante concentrador de poder, así como que lo suyo, lo suyo, no es precisamente gobernar, sino luchar por el poder y una vez conseguido, hacer cuanto sea necesario, lícita o ilícitamente, para preservarlo.
Su iniciativa para desaparecer órganos autónomos le desnuda como un dictador; la de designar magistrados y consejeros electorales por voto ciudadano, como un demagogo; la de asegurar pensiones al cien por ciento, como un populista neófito de la más elemental política económica; la de regresar la ley eléctrica a como estaba en los sesenta, como un peligroso conservador, y la de incorporar la Guardia Nacional a la Sedena, como un enamorado de la militarización del país.
Sus compromisos huecos y demagógicos sobre la seguridad, la salud y la educación, solo ratifican lo ya sabido: es un presidente insensible al dolor humano, cuya única concepción de políticas sociales es la dádiva al gobernado para que éste quede por siempre con la mano extendida.
Las redes sociales cuatroteístas están lanzadas a todo lo que dan exaltando la “visión de estado” de López Obrador. En realidad, la jornada de este 5 de febrero ratifica, por si hacía falta, que la del próximo dos de junio no será solo una jornada electoral, sino el punto de inflexión para enviar a México directo al infierno dictatorial y socialistoide, o darle una tabla de salvación antes de llegar al abismo. Ni más, ni menos.
Y a la pesadilla ya solo le quedan 250 días.
X@jaimelopezmtz