El precio de desentenderse de la política, es ser gobernados por los peores hombres.
Platón (427 a. C. – 347 a. C.) Filósofo griego
Apenas cuarenta y ocho horas después de asumir la Presidencia, Claudia Sheinbaum afronta la primera y, muy probablemente, la más importante prueba de fuego en su gestión: decidir si quiere pasar a la historia como una dictadora o como una demócrata.
Con ocho votos a favor y tres en contra, el pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación aprobó este jueves dar entrada al recurso de inconstitucionalidad presentado por jueces y magistrados federales, contra la reforma al propio Poder Judicial, que impulsó Andrés Manuel López Obrador y que la actual Legislatura aprobó apenas hace un par de semanas.
Dar entrada al recurso no significa necesariamente que la Corte vaya a echar abajo dicha reforma, aunque ese solo hecho obliga a inferir que a juicio de los ministros hay elementos para eventualmente tomar esa decisión.
De inmediato, senadores y diputados cuatroteístas, así como el ejército de plumas oficiales en medios de comunicación y redes sociales, comenzaron a advertir que la Corte pretende dar un golpe de estado, que no tiene facultades para echar abajo la reforma, que habrá que aplicarles a los ocho ministros juicio político y, de plano, que Sheinbaum debe desaparecer por decreto al máximo órgano judicial y mandar a la cárcel a sus integrantes.
A juicio de enterados, la única excepción al criterio que impide a la Corte frenar una reforma constitucional, es cuando ésta atenta contra derechos humanos básicos, y lo que analizará será precisamente si eso ha ocurrido con la reforma al Poder Judicial.
En el caso de que la Corte llegara a invalidar la reforma, se generara un choque de trenes como nunca se ha visto en la historia moderna del país: ni el gobierno de Sheinbaum ni sus legisladores, acatarían la resolución judicial, o al menos eso parecería lo lógico dada su proclividad a la dictadura y la tiranía como formas de gobierno.
No acatar una eventual resolución de la Corte en ese sentido, pondría de inmediato a la presidenta en el lado de la dictadura. Acatar, aunque en ello le fuera afrontar la ira de López Obrador, la significaría como una demócrata. Punto. Así de fácil. La dictadura venezolana comenzó cuando Hugo Chávez disolvió arbitraria e ilegalmente a la Corte. En una democracia, en cambio, sus resoluciones se acatan.
¿De qué lado de la historia quiere ubicarse Sheinbaum? Veremos.