En la historia reciente de nuestro país tenemos registros, cicatrices, los recuerdos que nos llevan a los actos consumados de brutalidad como el caso de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, se trata de un expediente del que no deja de gotear la impunidad.
El pasado día 26 de septiembre ya se cumplieron 10 años de esa barbarie, las interrogantes son abundantes desde que se conoció públicamente del hecho, las respuestas no han llegado más allá de la carpeta de investigación correspondiente. La demanda de justicia no prescribe.
Otro hecho que no se condena al olvido es el del 2 de octubre de 1968, ese fue un año convulso por las movilizaciones internacionales que dieron la vuelta al mundo con las juventudes contra el totalitarismo de la derecha y la izquierda, ya han pasado 56 años de aquellos sangrientos hechos que pintaron de rojo la plancha grisácea de la Plaza de las Tres Culturas. El olvido no se llevó el recuerdo, no petrificó la memoria aunque se trate de un asunto en el que prevaleció la impunidad.
En aquellos tiempos de finales de los años sesenta muchas banderas del cambio y la transformación ondearon en diversos sitios, una gran cantidad de fantasmas recorrieron el mundo, destacando el de la rebeldía juvenil como sucediera en el mayo rojo de París en donde la poesía recorrió las calles y las plazas para abatir modelos anacrónicos y clamar por la imaginación al poder. Prohibido prohibir.
El mundo cambió, se instalaron otros objetivos, digamos que se había sembrado otra primavera para modificar las agendas gubernamentales y los relojes adelantaban sus agujas.
Nada sería igual a partir de 1968, el mundo registraba irrupciones de diferente índole, la protesta social elevaba sus decibeles en un mundo atenazado por la Guerra Fría que enfrentaba a los colosos del mundo en aquellos tiempos.
Por otra parte, la violencia en nuestro sigue cobrando víctimas, los homicidios dolosos continúan, la realidad muestra un rostro descompuesto, a todo ello se suman las constantes pugnas entre actores políticos.
Estamos en el siglo XXI, se pensaría que episodios macabros como los mencionados no tendrían espacio en esta era en la que se promueven los derechos humanos y se globaliza una nueva cultura jurídica, sólo que en nuestro país la situación no deja de ser compleja.
El estado de derecho es una aspiración y la pacificación luce distante, más allá de buenos propósitos y de una pirotecnia discursiva no se logran los avances en pro de la auténtica paz que se vertebra en la justicia
El 2 de octubre es una fecha que no debe olvidarse, fue otro tiempo ciertamente, hace 56 años México fue gobernado por un solo partido y el presidente era un monarca, no existían los contrapesos, la pluralidad no se concebía en la práctica política, Gustavo Díaz Ordaz dijo asumir la responsabilidad política, jurídica e histórica de los hechos acaecidos aquel día fatal.
Más de medio siglo ha transcurrido del 2 de octubre de 1968, fue un tiempo de utopías, se gestaban cambios y se demandaba democracia.