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miércoles, febrero 5, 2025

EN POLÍTICA NADA ES PARA SIEMPRE

La frase de nada es para siempre, puede parecer falaz, pero es muy cierta y más en materia política.

Después de 54 años de tener como presidentes, por no decir monarcas, los sirios se han sacudido el control de la familia Al-Assad, que entre padre e hijo sumaron esa cantidad de años, habiendo gobernado a Siria con mano dura y sin dar pie a elecciones, ni tolerar disidencia alguna.

El gobierno de Bashar Hafez Al-Assad, que había resistido la presión de la llamada Primavera Árabe, que tuvo lugar entre los años 2010 y 2012, que consiguió mediante movilizaciones algunas reformas en la región del mundo de los árabes, muchas de ellas efímeras, no había logrado alterar a Siria, pese al levantamiento armado que se dio y que nunca se logró extinguir plenamente, en mucho gracias al apoyo de Rusia, finalmente ha caído, en lo que ha sido una campaña de una semana, que llevo a los rebeldes hasta Damasco, la capital del país.
El cambio de gobierno no significa que vayan a mejorar las condiciones de vida de los sirios, pues el grupo que ha logrado derribar al regimen, es de corte fundamentalista, pero hasta el momento se ha mostrado moderado. Al tiempo veremos si siguen en ese plan.

Lo que nos interesa en este momento, en todo caso, es hacer mención como aun los gobiernos apuntalados sobre la base de las armas, tarde o temprano, se vienen abajo, por un factor o por otro.

Es cierto que en la antigüedad llego a haber reinos que duraron cientos de años, como lo fue el Egipto de los faraones, los persas, los persas, los griegos, los mongoles, solo por citar algunos; y algunos de estos reinos hasta hoy día sobreviven, pero muy cambiados a como llegaron a ser en aquel momento, pues por señalar algo, los egipcios de hoy, poco tienen que ver con los de los tiempos históricos, desde la religión, pues aquellos eran politeístas, adorando a dioses como Horus o Anubis, en tanto que los actuales, en su mayoría, son musulmanes, monoteístas y seguidores de Alá.

El mismo Imperio Romano, que logró dominar la mayor parte del mundo antiguo, terminó derrumbándose al pasar del tiempo.

La Alemania Nazi, cuyo líder, Adolfo Hitler, había pronosticado que el Tercer Reich duraría mil años, se derrumbó al cabo de apenas 12 años.

Por eso en política, la creencia de que las victorias son para siempre, esta destinada tarde o temprano a enfrentarse a que sí los gobiernos de la antigüedad, basados en la creencia del carácter divino de los monarcas y en el uso indiscriminado de las armas, terminaron por desaparecer, los modernos gobiernos, sustentados en el voto de los electores y sometidos al permanente escrutinio de estos, están destinados a que en algún momento cambiaran y que sus ideas, que se puede llegar a pensar que son eternas, sean efímeras ante la incansable marcha de la humanidad.

Por eso es prudente ser generoso en la victoria, porque esa es una de las bondades de la democracia: la posibilidad del cambio en periodos cortos.

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