Nunca falta un prietito en el arroz, aseguran quienes conocen de refranes y de trabajos culinarios. Ocurre que en estas fechas en que todo mundo empieza a organizar lo que hará en las festividades decembrinas; ahora que, desde que se difundió el destape del señor Licenciado Meade, medio mundo anda feliz, sobre todo mi tabasqueño compadre, el del compló, otra noticia vino a ensombrecer aún más el panorama de México: en los primeros días de julio del presente año, en la ciudad de México, un empresario veracruzano fue secuestrado. Hace tres días fueron detenidos los presuntos responsables.
En un país como el nuestro, en que a diario y en toda su extensión territorial, se cometen asaltos, secuestros, robos, asesinatos y plagios, la noticia no pasaría de ser sólo un poco más de tinta en las páginas de la prensa y unas cuantas gotas de saliva en los medios de radio y televisión, a no ser por un detalle que estremecería hasta al mismísimo santo Job: los secuestradores eran seis miembros del Batallón de Infantería número 29 de la Secretaría de Marina Armada de México. Sí, así como lo ha leído. La detención de estos encargados de salvaguardar la integridad nacional estuvo a cargo de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de la Delincuencia Organizada (SEIDO), de la Procuraduría General de la República.
Por supuesto que por este hecho no se va a culpar al llamado Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de México, o sea, a nuestro Presidente; pero sí nos mueve a la reflexión.
Hasta hace todavía poco tiempo los delincuentes no se habían infiltrado en instituciones respetadas como, la Iglesia, la Lotería Nacional, la Cruz Roja Mexicana, los llamados Ángeles Verdes o el Ejército Mexicano (y no hablo del Deporte porque nadie ha creído nunca que sea un dechado de honestidad).
Sin embargo, la sociedad fue rompiendo las cuentas del rosario de sus esperanzas conforme fue conociendo la realidad: la pederastia y la simonía empezaron a crucificar a la iglesia; los malos manejos de los fondos y la actitud buitrezca de algunos malos elementos corrompieron el buen nombre de la Cruz Roja; los llamados “Ángeles Verdes” fueron desenmascarados por un sencillo escritor de provincia, José Gómez Navarro, en un libro que tituló “Lo dijo el señor gobernador”; y ahora, unos seudo defensores de la seguridad mexicana enlodan el prestigio que le quedaba al Ejército Mexicano.
Al ciudadano común y corriente, ése que sí paga sus impuestos a cambio de recibir los peores servicios, a ése, solo le quedan estos caminos: hacer bromas abyectas de todo lo que huela a gobierno; sumarse a cualquier movimiento que vaya en contra del orden establecido; no acudir a votar cuando hay elecciones; meterse a delinquir, al fin que entre la CNDH y el nuevo sistema de justicia lo protegen; o, simplemente, recordar a un comediante mexicano, con su frase: “Y ahora, ¿quién podrá salvarnos?”