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miércoles, octubre 23, 2024

MANEJAR LA PALABRA

DR JAIME LPEZ RManejar la palabra no es, en modo alguno, tarea fácil. Y menos cuando se trata de la palabra oral. Al utilizar la palabra escrita, como lo hace un articulista que no reseña lo que está ocurriendo en ese momento, se tiene el tiempo para buscar los vocablos más convenientes, las frases más eufónicas, recurrir a la vastedad de nuestro idioma, variar la composición de las oraciones, cambiar la forma de iniciar los párrafos y recurrir a docenas de factores que permitan al articulista llegar al crisol con una buena pieza para hornear. Puede, así, ofrecer un producto final de mejor calidad. En este caso, el tiempo está jugando a su favor. Pero al hablar, al disertar ante cientos de personas, al improvisar, el panorama es otro, y muy distinto.

Ahora que, cuando se pretende dejar una valiosa impresión en el auditorio, como sería el caso de un político que busca vivir, (y vivir muy holgadamente, y con un plus, para siempre) a costa de lo que ganamos usted, yo, el de al lado, el vecino, el amigo, el colega, como que esperaríamos que no se cometieran errores. No cree usted?

Ignoro desde cuándo, pero últimamente he visto que los políticos se han enfundado en la idea de hablar recorriendo el escenario de un lado a otro, con la seguridad de que ese moverse captará más la atención del público. El consejo, producto de la suprema exaltación de algún sociólogo de las masas y politólogo, trae ahora a los buscadores de votos caminando en el escenario, pero cometiendo más errores.

Ya vimos lo que ocurrió en un video que hizo indigestar las redes sociales desde hace dos días. En él se observa lo ocurrido a uno de los candidatos, nada menos que a la presidencia de la república. (Y no quiere decir que a los demás no les ocurra; por supuesto que a todos les sucede, pero, el tamaño de la ebullición social contra lo que suene a partido oficial, determina que maximicemos todo lo que su candidato diga). Escuchamos al señor Meade (pronúncielo así, sin miedo: “Meade”) decir: “Tenemos que estar claros de que las calles…” (y ya después vino la barbaridad, que todos conocemos, de tergiversar dos conceptos. ¡Ah!, pero eso sí, se veía muy mono caminando por el escenario. ¿Qué es eso de que “tenemos que estar claros de que…? Siendo tan amplio el español, bien pudo decir, no sé, algo como esto: “Debemos estar convencidos de que las calles blaa, blaa”. Lo peor de todo es que ¿qué cree usted?, que el público que lo escuchaba lo interrumpió con un vibrante y caluroso aplauso, acompañado de los onerosos gritos de unos cuantos. O sea, el mismo cuadro que he venido viendo desde hace, ¡Bendito sea Dios!, setenta años. Ganaría más votos si saliera ante las cámaras y aceptara tan craso error.

¿Será que nadie recuerda la sentencia de Cervantes Saavedra en voz de Sansón Carrasco, en el capítulo III de la Segunda Parte del Quijote? Cito ad literam: “…los que gobiernan ínsulas, por lo menos han de saber gramáticak”. 

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