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miércoles, octubre 23, 2024

Y AHORA, #METOO TROPICALIZADO

Fabiola Alanis

La semana pasada en su espacio de CNN en español, Carmen Aristegui presentó una serie de testimonios de mujeres famosas o destacadas en el mundo del espectáculo, el deporte y editorial, quienes habían sido víctimas de acoso, abuso o violación sexual por parte de los hombres que tenían algún tipo de vínculo profesional con ellas. Las actrices Karla Souza, Stephanie Sigman, Paola Núñez, Natalia Córdova-Buckley, la comediante Sofía Niño de Rivera, la clavadista Azul Almazán y la experta en moda Lucy Lara, relataron sus malas experiencias con productores, directores, conductores, entrenadores, en fin, hombres con algún grado de poder sobre ellas. El propósito era sumarse a la campaña estadounidense y global #MeToo, pero ahora se trataba de hacerlo en el ámbito artístico mexicano. Con esto, Carmen Aristegui inicia una ampliación de su cobertura con su conocido programa de media hora en la cadena estadounidense, pues ahora abarca desde Alaska hasta la Patagonia, es decir, que llega a toda América. Es necesario preguntarse si este tipo de despliegues mediáticos de alcance masivo verdaderamente contribuye (y en qué grado) a la construcción de una sociedad igualitaria entre hombres y mujeres, en México.

En principio, es indudable que los mensajes en los medios de comunicación de masas, replicados por las redes sociales, alcanzan a un número considerable de personas y que, dada esa amplitud, cientos de miles de espectadores y usuarios son influenciados, de una u otra manera, por lo que ahí se pone en consideración. Esta influencia, sin embargo, no es automática ni mecánica según la voluntad del emisor, sino que depende en mucho del grado de cultura y formación intelectual de los receptores, y de otros muchos factores, como el estrato social, el sexo, la edad, el ethos regional, la posición política, etcétera. De cualquier manera, el hecho de que las celebridades y famosas narren situaciones en las que ellas mismas fueron protagonistas / víctimas de hostigamiento o acoso, o inclusive de abuso o violencia sexual, podría ser un apoyo muy importante para visibilizar un problema real, extender una cultura de la denuncia y, también, para ir sembrando la semilla de la igualdad real entre hombres y mujeres en el imaginario colectivo. La normalización del acoso, con esta campaña, recibe un duro golpe. 

Sin embargo, cuando se analizan detenidamente los referidos testimonios, lo que verdaderamente se trasluce es que el ámbito del espectáculo está organizado jerárquicamente de tal modo que los productores y directores se manejan por una dinámica de poder en relación con las actrices o aspirantes a serlo. Y la situación frecuente es la pretensión masculina de intercambiar sexo por un empleo de alto impacto en el terreno de la fama. Esta característica está arraigada en las costumbres, la tradición y la estructura del empleo de las sociedades modernas, del mundo del trabajo, y de la educación. Las celebridades denunciantes, en cierta medida están protegidas por la fama y por el hecho de que las situaciones denunciadas ya no ponen en riesgo ni su empleo ni la reproducción de su vida. Lamentablemente, las mujeres trabajadoras son sin-nombre y sin-fama, y la situación más lacerante del acoso se genera, precisamente, en condiciones de vulnerabilidad e invisibilidad de las mujeres que, por estar situadas en el nivel inferior en la línea de mando, se enfrentan a la fatal disyuntiva de ceder o ser despedidas, castigadas, o peor aún, vejadas, maltratadas y violadas. El hostigamiento, acoso, maltrato, violación en realidad no deben ser considerados como meros temas de moral sino que han de ser comprendidos situados en contextos de relaciones de poder estructurales. En este sentido, tiene toda la razón la distinguida especialista Rita Segato cuando afirma que “una de las dificultades, de las fallas del pensamiento feminista, es creer que el problema de la violencia de género es un problema de los hombres y las mujeres. Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer. Y yo creo –sigue la antropóloga- que es un síntoma de la historia, de las vicisitudes por las que pasa la sociedad. Y ahí pongo el tema de la precariedad de la vida”. Nada más cierto: es el mandato de masculinidad, en el que, por cierto, participan hombres y mujeres, el que se está desquebrajando como consecuencia de la precariedad de la vida que está dejando como herencia la recomposición del sistema económico. La violencia de género, incluida en ella el tema del acoso, no es un mero problema moral sino también un tema de inclusión auténtica e igualdad sustantiva de oportunidades de acuerdo a los méritos y las capacidades. 

La mera denuncia mediática del acoso por parte de las celebridades, puede derivar en una desgastante lucha cotidiana contra los hombres y no contra un sistema reduccionista que pone a la mujer como objeto sexual, reproductora y educadora, y hace caso omiso de la dignidad de la mujer en cuanto ser humano con múltiples capacidades, aptitudes y méritos. Ampliar esta realización de la mujer es todo un reto cultural, económico y político para la sociedad entera. Y para ello no bastan las denuncias de las famosas sin repercusión legal alguna.

 

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