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viernes, diciembre 27, 2024

MENOS MATRIMONIOS, MÁS DIVORCIOS

Fabiola AlanisEn la dinámica del cambio social se combinan dos tendencias muy bien diferenciadas: los cambios de largo alcance, de larga duración o de ciclo largo, y los pequeños cambios de todos los días, las sutiles modificaciones de la forma de vida cotidiana, los casi imperceptibles momentos en que las cosas ya no son igual de cómo eran. Las grandes transformaciones coinciden con las grandes gestas de las naciones y los pueblos: los movimientos de independencia o las revoluciones suelen ser los más destacados de estos acontecimientos monumentales. Pero esas grandes explosiones fundadoras de nuevas realidades, se gestan de modo paulatino e imperceptible en la vida cotidiana. Por eso, es aconsejable no perder de vista los pequeños cambios sociales en su dimensión cotidiana.

En el México actual se están experimentando grandes cambios económicos y políticos de indudable magnitud, que están implicando el reacomodo de las clases y los grupos sociales. Pero también se están produciendo cambios menos espectaculares pero quizá con una carga de alteración social digna de ser atendida. De acuerdo con cifras del INEGI ha decrecido el número de matrimonios del año 2000 al 2016; mientras que en el primer año de referencia se registraron 707,422 uniones matrimoniales, en 2016 fueron 543,749. Simultáneamente el número de divorcios ha crecido sostenidamente de 2000 a 2016: de 52,358 se pasó a 139,807. Esto se ha reflejado en los 8.2 millones de mujeres “solas” (solteras, divorciadas, viudas o separadas) que se hacen cargo de mantener el hogar. Y lo más dramático es que casi la mitad de estos hogares viven en condición de pobreza.

Estos datos nos hablan de una debilidad social de gran magnitud pero que existe de manera soterrada. Parece responder al descrédito, desazón o malestar que sienten los jóvenes respecto de las instituciones tradicionales: matrimonio, patrimonio, familia. No se trata, sin embargo, de un estado de ánimo o un asunto de voluntad. Lo cierto es que, para la mayoría de la población joven mexicana, está lejana la posibilidad de incorporarse a las instituciones sociales básicas: casarse, comprar una vivienda y tener una familia parecen más escenarios utópicos que realidades a la mano. Si el imaginario de una movilidad social ascendente mediante la calificación apropiada de la mano de obra está clausurada, si ya no tiene fuerza de atracción la lógica de que el trabajo y el esfuerzo son la base del crecimiento personal pero también de la construcción de familias sólidas, estables y con cimientos formativos orientados hacia lo bueno, lo bello y lo justo, entonces a lo que nos enfrentamos es a un caldo de cultivo peligrosamente fértil para nutrir la violencia. Es como un desgarramiento interno en la entraña de la sociedad.

No hay que tener muchas luces para percatarse de la urgencia de detener este deterioro social. Viejas demandas del movimiento feminista vuelven a adquirir fuerza a la hora de avizorar soluciones. Mayores oportunidades educativas para las mujeres, quebrando los prejuicios de que no podemos desempeñar labores “de hombres”, inclusive en el terreno científico y tecnológico, es un detonante necesario para que la situación comience a ser revertida. De la misma manera, la igualdad de oportunidades en la vida real y práctica, que tiene como punto de partida necesario que a la mujer se le vea en primera instancia como objeto sexual, es todavía una meta por conquistar. La política de las mujeres es una de las llaves maestras para encontrar soluciones. Nos urge.

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