El jueves pasado tuve el inmenso honor de conversar con Rita Segato, una de las grandes pensadoras feministas de nuestra época, autora de obras de obligada referencia para pensar los diversos problemas de las mujeres. Argentina de nacimiento, avecindada en Brasil, pero de indudable vocación universal, Rita Segato es una mujer generadora de ideas. Su obra señera, Las estructuras elementales de la violencia no se inscribe únicamente en el género de la denuncia sino de la explicación y el análisis de razones profundas por las que se genera la violencia de género y, en última instancia, la violación y el feminicidio. Antropóloga de formación, ha recurrido a otras disciplinas sociales y a otros saberes que le han abierto la perspectiva para intentar comprender las patologías sociales que dan origen a la violencia contra las mujeres. Quienes violentan a las mujeres no son extraterrestres sino que pertenecen a una sociedad que ya tiene, en sus imaginarios, las visiones y referentes de poder sobre las mujeres que después los agresores actualizan. En efecto, los agresores (a quienes ella entrevistó en una cárcel brasileña, como parte medular de su investigación), tratan de dar razones de sus actos, y lo que revelan es aleccionador: los hombres matan porque sienten que pertenecen a una fratría, a una comunidad de varones a la que han de responder y con la que tienen que quedar bien, y es a ellos, a los miembros del grupo, a quienes el agresor se dirige y dedica sus actos.
Se trata, entonces, de una violencia que no es primordialmente instrumental, es decir, que no es un medio para conseguir un fin determinado, sino que se genera simplemente para expresar que se tiene el poder y que se ejerce al extremo.
En su libro sobre los feminicidios en Ciudad Juárez, Rita Segato utiliza su paradigma interpretativo para dar cuenta de lo que carecía de una explicación racional. ¿Por qué el perfil de las víctimas era el mismo, mujeres jóvenes, pertenecientes a las clases subalternas, a menudo trabajadoras o estudiantes? ¿Por qué la violación sexual tumultuaria agravada con torturas genitales y el abandono de los cuerpos en parajes públicos a manera de escarmiento/advertencia.
La violación, en efecto, es un acto de poder, un despliegue de la expresión de que se tiene el control absoluto del cuerpo y la voluntad del otro: “Uso y abuso del cuerpo del otro sin que éste participe con intención o voluntad compatibles, la violación se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima, cuya reducción es justamente significada por la pérdida del control sobre el comportamiento de su cuerpo y el agenciamiento del mismo por la voluntad del agresor”.1 Pero entonces, como atinadamente desarrolla Segato, lo que se expresa en la violación y el asesinato debe ser referido a la estructura de poder que articula a la sociedad entera y sitúa a la mujer en un cierto lugar, en un espacio y en un papel determinado. Esa estructura de género no está divorciada del proceso de acumulación de capital y de poder que conlleva; al contrario, forma parte de un entramado subterráneo, diríamos obsceno, que existe como una segunda realidad o un segundo Estado. Es un entramado social perverso en donde el Estado de Derecho, sus instituciones, la organización democrática, los Derechos Humanos, en fin, todo el cuerpo de principios y prácticas de la humanidad civilizada simplemente no existe o está suspendido y opera otra lógica, la del crimen, el terror, la violencia, la crueldad. Hay una pedagogía de la crueldad que aprenden los hombres respecto de las mujeres y que, en ciertos momentos críticos o en condiciones fronterizas, emerge con todo su poder
Las pistas interpretativas que nos proporciona Segato son invaluables. Es necesario tomarlas en cuenta para elaborar un diagnóstico preciso de la lógica de la violencia que campea en el país, y tratar de entender desde ahí la violencia cotidiana contra las mujeres.
1 Rita Laura Segato, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Argentina, Tinta Limón, 2013, p. 20.