PERPLEJO, MAQUIAVELO RÍE
Andrés Manuel López Obrador se jactó de sus valores éticos: “digo la verdad, no robo, y no traiciono” y, además, ofreció promover una “constitución moral”.
Ignoro si ha leído a Santo Tomás de Aquino (1225-1274), pero sus actitudes éticas parecen escolásticas, con misturas de egoísmo eudemonista: “El triunfo parece un sueño, pero es una bella realidad”.
Enrique Peña Nieto se ha desempeñado como presidente con valores morales de tipo utilitario, en donde lo práctico en el fondo de sus actos es primordial.
Sin ironías, no sé si ha leído obras de John Stuart MilI (1806-1873), pero sus acciones tienen carga de sentido provechoso, con mezcla de egoísmo hedonista.
Peña Nieto no termina de salir, y en más de cinco años de ejercer el poder ha dejado una impronta poco grata; pero el destino al final suele jugarnos bromas, y los registros históricos al respecto, de aquí a 100 años, son impredecibles. Todo es posible en este mundo, y en México más.
López Obrador no termina de entrar al poder, aunque ya lo ejerce; y ya logró pasar a la historia por su perseverante eficacia para llegar a la presidencia. Pero por más que su insistencia porfíe en ser como Juárez, Madero, o Cárdenas, seguirá siendo simplemente Andrés Manuel López Obrador.
Ambos (EPN y AMLO) tienen ese egoísmo ético que suscitó el holandés Baruch Spinoza (1632-1677), y que tanto ha promovido el español Fernando Savater (1947-y sigue demasiado vivo), aunque cada uno a su manera; así, los dos decidieron presentarse juntos públicamente, teniendo por foro uno de los patios de Palacio Nacional, por acompañantes a los miembros de los gabinetes, respectivos, y ante medios de comunicación masiva que les formularon preguntas.
Amables entre sí, en vínculo respetuoso, sin roce de confronta sostuvieron sus posiciones. El rey que muere, hablando de rapidito, pero con el nerviosismo desventajoso de ir de salida. El rey que nace, con sus constantes pausas expresivas, generadoras de ansias nerviosas, pero con la seguridad que impone la linda realidad del poder, que todavía se le asemeja al ensueño.
Visiones distintas en los cuestionamientos: nuevo aeropuerto, reforma educativa, Elba Esther, energéticos, seguridad, corrupción, avión presidencial, tratado trilateral de libre comercio.
Caminaron juntos, se hicieron reconocimientos mutuos, se dieron la mano, intercambiaron sonrisas. Mostraron la civilidad de la actual política mexicana, la que no se ejerce con asesinatos ni con destierros ni con la cárcel ni a balazos ni a cuchilladas ni con sórdidas venganzas. ¡Excelente!
También en ese evento estuvo un florentino honrado que siempre quiso pasar desapercibido, buen padre de familia, amigo de sus amigos y funcionario ejemplar: Maquiavelo (1469-1527), quien reía dubitativo al recordar lo por él escrito: “Cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple su palabra dada, que obra con rectitud y sin doblez”.