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miércoles, noviembre 27, 2024

YO, EL ECLESIASTÉS

Marco A AguilarTORO VIEJO Y REUMÁTICO

 

Martí Batres Guadarrama, presidente del senado mexicano, cargó en una reciente pastorela a un niño dios y, al parecer, entre bromas y veras hizo el señalamiento, o al menos aceptó, que ese crío divino tenía toda la carita de Andrés Manuel López Obrador.

Con esa grotesca puntada Batres se forma en la fila de Solalinde (quien mira a AMLO como a dios) y de Porfirio Muñoz Ledo, quien asegura que “Andrés Manuel ha tenido una transfiguración: se reveló como un… iluminado.”

Esos tres burdos zalameros pueden llegar a ser sus apóstoles, para después traicionarlo por unas cuantas monedas, negarlo cuando cante el gallo tres veces, o desaparecer del rebaño, a la chita callando, como viles desertores.

Supongo que ese trío sólo cultiva las vanidades a AMLO, para ganar como aduladores; sin embargo, pueden con sus visiones dioseras mezclar religión y política, dos elementos explosivos que colocarían en ascuas a todo México.

La palabra “Eclesiastés” es griega; significa “el predicador”, y a ninguno de los tres (simples barberos) les acomoda.

La Biblia contiene el libro del Eclesiastés, y en su introducción comienza, “Vanidad de vanidades, y todo vanidad… Pasa una generación, y le sucede otra; mas la tierra queda siempre estable… Todos los ríos entran en el mar, y el mar no rebosa: van los ríos a desaguar en el lugar de donde salieron…”

Y sigue: “No queda memoria de las cosas pasadas; mas tampoco de las que están por venir… todas las cosas tienen su tiempo… tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo que se plantó… tiempo de derribar y tiempo de edificar… tiempo de ganar y tiempo de perder… lo mejor de todo es estar alegre, y hacer buenas obras mientras vivamos… más vale ser reprendido del sabio que seducido por las lisonjas de los necios”.

El tiempo, al hacerlo nuestro los humanos, lo hemos parcelado en milenios, siglos, años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos; y a todos estos fragmentos los nominamos o numeramos.

La vanidad loca de algunos los ha conducido a pensar que el tiempo se cuenta a partir de ellos: “antes que yo, y después de mí”, ¡tal es su rústica y grosera percepción!

El llamado año 2018 tuvo de todo, para unos mal, para otros bien; el destino imperó, mezclado con la inconsciente, o libre, voluntad individual de todo ser humano, causando sus propias tristezas o sus personales alegrías.

Este 2018 está en los estertores de su ansia agónica; trajo sorpresas que aún no estallan, o aún no germinan. Y así las hereda al año venidero.

2019 está por llegar, y algunos aseguran que los años nones son de cabezones, pero otros apuestan a que son de dones. Mi incurable optimismo me conduce a estar con éstos.

Quiera el destino (y nuestro esfuerzo) que así sea, en bien de todos los mexicanos, a pesar “del gobierno que parece toro viejo y reumático” visto por AMLO frente al espejo de la política, pues él y los suyos ya son gobierno, sin darse cuenta.

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