La polarización no disminuye, a veces pareciera ser la tónica durante el aún temprano sexenio, las discusiones de índole política son fácilmente degradadas por el fanatismo primario que se desvincula en automático del rigor del análisis. El maniqueísmo queda de relieve en cualquier tema por muy banal o trascendente que sea.
Recién la discusión se hizo con relación a la renta del Palacio de Bellas Artes para festejar al dirigente de una agrupación religiosa denominada Luz del Mundo cuya sede se ubica en Guadalajara, se cuestionó el acto por efectuarse en un espacio público emblemático que no debe facilitarse para asuntos de índole confesional, la autoridad competente argumentó que ese no fue el trato y que, en todo caso, se hizo un uso inadecuado del histórico inmueble.
Un senador fue el gestor para llevar a cabo la gala operística en honor del alto jerarca religioso, al evento acudieron diversos legisladores como Sergio Mayer y Martí Batres.
La historia nacional está plagada de claroscuros en cuanto a la relación del Estado mexicano con las iglesias -así, en plural- a partir de la Reforma de 1857 impulsada por Melchor Ocampo, Benito Juárez y otros destacados liberales nuestro país entró por la puerta de la modernidad en aquella época cuya base de inspiración tuvo su origen en el pensamiento luminoso del siglo XVIII.
Un estado laico es una opción válida y adecuada para mantener una mejor convivencia social, ello implica respeto al derecho de creer o no creer, no cabría en la actualidad una forma de gobierno confesional o jacobina porque los extremos exudan fanatismo y una manifestación de esa índole sólo exacerba para estimular el fanatismo.
Algunos gobiernos mexicanos fueron hostiles a la iglesia católica, particularmente el de Plutarco Elías Calles, lo cual provocaría una confrontación armada conocida como La Cristiada. El contraste lo encontraríamos décadas después con Carlos Salinas de Gortari quien deseoso de legitimidad propuso reformas a la Constitución Política en 1992 para clarificar la relación México-El Vaticano, desde entonces existen las relaciones diplomáticas formales.
El primer embajador de México ante el estado pontificio fue Enrique Olivares Santana, quien había sido gobernador de Aguascalientes, secretario de Gobernación y, además, fue masón grado 33.
El presidente López Obrador se autoproclama juarista, suponemos que es un convencido del estado laico aunque en ocasiones se generan dudas porque algunos de sus colaboradores suelen confundir las cosas.
La cuestión no es satanizar a una confesión de fe o tener la preferencia con algún credo, algunos religiosos han sido definitivos en la historia mexicana como Miguel Hidalgo y Costilla quien inició la insurgencia contra la monarquía española, o José María Morelos y Pavón quien es para muchos el auténtico arquitecto del estado mexicano.
Las autoridades en un estado laico no deben ser activistas a favor de sus iglesias porque ese es un asunto personalísimo, un gobierno es para todos y ya en el ámbito íntimo cada cual sabrá en qué o quién creer; por ello en su momento se criticó el acto de sumisión del entonces presidente Vicente Fox ante el Papa al postrarse para besar el anillo del pescador. La mejor opción es el estado laico, nada más y nada menos.