Un funcionario, a quien nunca he visto, pero que merece todo mi respeto, es el recién nombrado Secretario de Salud de Michoacán, el Sr. Dr. Elías Ibarra Torres. Sin embargo, sus declaraciones, lanzadas a sólo unas horas de haberse hecho cargo del importante puesto, son incomprensibles, extrañas y altamente preocupantes, por lo menos, para quienes conocemos un poco la salud pública. Sus declaraciones son la antítesis de la salud comunitaria.
A pregunta expresa de algún reportero, el Dr. Ibarra Torres dijo, entre otras cosas, que bajaría recursos para ampliar la red hospitalaria de Michoacán, que habría suficientes medicamentos y que aumentaría el número de profesionales de la salud. En términos comunes y corrientes, el mensaje era algo así como: “Enférmense cuanto quieran, mis queridos paisanos, ya llegó quien los va a curar”. Inconfundibles expresiones de un político, no de un técnico de la Salud Pública.
La atención de la salud pública incluye lo que señaló el Dr. Ibarra Torres, pero de ninguna manera es lo más trascendente. Curar niños con diarrea, extirpar apéndices inflamados, atender mujeres en trabajo de parto, prescribir medicamentos para una neumonía o aplicar una prótesis en un fracturado, por supuesto que son acciones útiles para quien recibe tales atenciones, pero eso no es atender la salud comunitaria. La misión de un trabajador de la salud (de los cuales el Dr. Ibarra Torres debe ser el primero), será utilizar los recursos no para comprar camas de hospital, ni para adquirir más medicamentos. No, un sanitarista piensa que los recursos deben aplicarse en promover los buenos hábitos de salud, en mejorar las condiciones de vida de los coterráneos, en orientar sus hábitos de alimentación, en asesorarlos para que sepan reconocer los signos tempranos de una enfermedad, en aplicar inmunizaciones, en evitar la obesidad; en emprender campañas de prevención y de detección oportuna de problemas de salud, en estudiar el entorno social donde viven los michoacanos; en una palabra, en llegar antes de la enfermedad. Cada vez que veamos a un enfermo trasponer los umbrales de un hospital, debemos reconocer que no fuimos capaces de prevenir su problema.
Con acciones puramente curativas jamás iremos a la raíz de la enfermedad y estaremos en una permanente actividad “bomberil”, si se me permite el término; esto es, apagando un fuego para esperar que aparezca el siguiente.
Para el Dr. Ibarra Torres ¿son o no necesarios los Maestros en Salud Pública? Si la respuesta es no, está perdido. Si es afirmativa, pues a resolver el problema, allí tiene numerosos especialistas, con sus conocimientos desaprovechados sólo porque no son políticos. Y si alguien piensa que para eso tiene asesores, le comparto esta experiencia que podría parecer chusca. Hasta hace poco, tal vez tres o cuatro años, un Secretario de Salud tenía como asesor a un especialista (¡imagínese!) en cirugía de heridas producidas por cornadura de toro. Bendito Dios, ¿para qué diablos serviría un asesor así? La salud pública no se parece, en nada, a suturar tejidos desgarrados por un pitón de toro.
¿Tendrá que cerrar sus puertas el Instituto Nacional de Salud Pública, porque en Michoacán la salud comunitaria se maneja sin necesidad de sanitaristas?
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