Allá en el viejo pueblo de Churumuco, en el tiempo en que un servidor realizaba su servicio social obligatorio como pasante de Medicina, ocurrió un asesinato. El occiso estaba tirado, en las orillas de la población, casi a media calle. Tenía los ojos abiertos y la cara llena de polvo. Varios moradores de esa parte del pueblo habían escuchado los disparos. Eran las seis de la tarde y muchos curiosos pronto rodearon el cadáver. Se presentó el Síndico del Ayuntamiento haciendo las veces de Ministerio Público y ordenó que fuera un servidor, para que determinara si ya no había signos de vida. Cuando estuve en la escena de los hechos, escuché que alguien, entre los curiosos, dijo: “Y aquí debe estar el que lo hizo”. Me acerqué a quien tal había dicho y le pregunté: “¿Por qué?” Como si fuera algo ya sabido, me dijo: “Porque el difuntito cayó boca arriba; y así no se puede ir el hechor”. Andando el tiempo, escuché varias veces que cuando alguien priva de la vida a una persona, si ésta cae boca arriba, el autor no puede huir; como si algo lo retuviera cerca del cadáver.
Este relato me recuerda lo que observé en el Informe que rindió, hace dos días, el alcalde, Raúl Morón Orozco. Entre los que asistieron, además de la sociedad, que era lo más importante, estaba, ¿sabe usted quién? Pues quien hundió al Estado de Michoacán, un señor de apellido Godoy Rangel.
¿Qué hacía este señor, frente a una sociedad a la que tanto dañó? ¿Vendría a calibrar cómo lo recibía el pueblo de Michoacán? ¿O a ver si ya se había olvidado las lesiones, mortales por necesidad, que le había infligido?
Uno se pregunta si el señor Godoy en su época de estudiante leyó la biografía del emperador romano, Calígula, y quedó impactado de por vida con su famosa frase: “Oderint, dum necturant” (Que me odien con tal de que me teman), o si cayó subyugado al encontrar entre las páginas de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, su frase: “el fin justifica los medios”, o si se cuenta entre los seguidores del genio malévolo encarnado en Joseph Fouché durante el convulso período que siguió a la Revolución Francesa, quien dijo: “Es peor que un crimen; es un error”. Vaya usted a saberlo; el hecho es que allí estaba. Y parecía no escuchar los silbidos de quienes no olvidan el cuatrienio más desastroso de Michoacán, porque trataba de sonreír a todo mundo. Vaya desfachatez. La presencia del señor Godoy ante el cadáver del estado al que él ultimó, no tiene comparación. El cinismo a todo lo que da. El colmo de los colmos.
Yo me quedo con la expresión del calentano de Churumuco: “…el difuntito cayó boca arriba y así no puede irse el hechor”. Aunque, en este caso, sería mejor que se fuera.