En ese desorden en que naufraga el país, con cuerpos de seguridad profundamente cristianos por aquello de que deben poner la segunda mejilla cuando venga la otra cachetada y con tribunales que deben perdonar a todos los delincuentes, sean matricidas, traidores a la patria, asesinos y secuestradores, desde ayer se ha venido a sumar una nueva calamidad: ahora los llamados maestros, además de no necesitar aprobar ningún examen, tendrán, todos, su plaza, en cuanto terminen sus estudios.
Hablaré un poco de lo único que conozco: lo que ocurría hace años. Si usted quería estudiar una carrera universitaria, digamos medicina, en primer lugar, había que cursar los seis años de la instrucción básica; después, tres años de la escuela secundaria; enseguida dos más de la escuela preparatoria, más tarde, seis años de la carrera de medicina general, más un año de servicio social, más tarde, si se deseaba ser un especialista, debía cursar una especialidad, que implicaba de uno a cinco años más. Si aceptamos un promedio de cuatro años para la especialidad, sumaríamos un total de 22 años. Nunca supimos lo que era avanzar sin aprobar exámenes semestrales y finales.
¿Que es elitista esta selección? Pues que lo sea. Quién no quisiera, para atender la salud de su familia, a los hombres y mujeres más aptos, mejor preparados, más comprometidos. Lo mismo debe ser para la educación. ¿Que es obsoleto? Creo yo que más obsoleto será lo que se pretende: mandar a las aulas a jóvenes sin la menor vocación docente. O ¿acaso la tendrá un muchacho que huye del medio rural en un legítimo afán de superarse y que encuentra en la carrera docente un medio fácil de vivir, y sin ningún compromiso? No todos han de ser profesionistas. Y si es el dinero lo que los atrae, sepan todos que, cuando se reúnen egresados de alguna carrera con quienes, o no la siguieron o no la concluyeron, son éstos los que tienen mejor nivel económico. La profesión médica no es para enriquecer a nadie, salvo que se sea un condotiero de la medicina.
Por muchos adelantos que nos haya traído la tecnología de la comunicación, nunca habrá equipo alguno que meta en la cabeza de un estudiante, eso que es numen inspirador, una esencia que desafortunadamente, no todos tienen. Pero, además, debe también traerse algo: Lo que Natura no da, Salamanca non presta, decían los antiguos.
Finalizo comentando que esta mañana escuché a una diputada a quien estaban entrevistando. Se le preguntó qué opinaba sobre este avanzado sistema de enseñanza, con maestros sin preparación alguna. Y ¿qué cree usted? Pues que la diputada, quien, en su fuero interno, estoy seguro que reprocha la modalidad en la enseñanza, haciendo inspiraciones profundas buscaba las mejores palabras, tratando de aupar a los normalistas, en especial a los de Tiripetío. Dijo, palabras más, palabras menos, que la escuela era un semillero de donde siempre habían surgido los insignes luchadores sociales, los que con visión de servicio se irán a las rancherías a impartir los conocimientos que hubieran adquirido (prometo que así lo dijo), y concluyó que debíamos comprender a los futuros docentes. Qué terrible debe ser aprobar algo de lo que uno no está convencido.
Por lo anterior, no resulta extraño que ayer mismo se hubieran reunido las personas que venden títulos apócrifos en la plaza de Santo Domingo en la ciudad de México, para analizar si esa medida les perjudicaría o no, hasta que alguien, con más caletre, dio la solución con esta frase, con la que puso punto final a la discusión:
“No se preocupen, compañeros, nos metemos de profes y asunto resuelto”.
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