En los últimos tres años con cinco meses, México vivió otro eclipse más rojo que el de esta semana: acumuló un volumen de asesinatos similar al que se registró en los seis años del gobierno de Felipe Calderón (2006-2012). Aquél sangriento lienzo se le llamó “la guerra de Calderón”.
No había, hasta ese momento, registro alguno de un sexenio más violento por el número de muertos, que el heredado por el michoacano. Con 120 mil 463 crímenes, duplicó la cifra de 60 mil 280 homicidios ocurridos durante los seis años de su antecesor Vicente Fox, y también dejó muy atrás los saldos de Ernesto Zedillo (80 mil 671) y de Carlos Salinas de Gortari (76 mil 767).
Fue una guerra que el entonces presidente panista lanzó desde Michoacán, a escasos días de haber asumido el poder tras la elección más cerrada en la historia de las elecciones presidenciales de México. El margen fue de solo 0.56 por ciento con respecto al segundo lugar, el izquierdista y favorito de las encuestas, Andrés Manuel López Obrador.
Ese estrechísimo margen abrió una grieta polarizante y se requería, en el arranque del gobierno calderonista, acciones urgentes que, ya en el ejercicio del poder, legitimaran – no en el terreno legal, porque eso ya lo habían hecho los tribunales, sino en el político y mediático -, el cuestionado triunfo.
Y declarar la guerra al crimen organizado fue una de esas primeras acciones, seguida de una ofensiva sin precedentes para ubicar y perseguir objetivos criminales. La orden era clara: detener o eliminar.
La ofensiva fue liderada por las fuerzas armadas y así se mantuvo durante los seis años, a pesar de la presión de opositores como López Obrador, quien en su investidura de “presidente legítimo” enderezó una campaña para descalificar la “guerra de Calderón” por el ensordecedor volumen de muertes que dejó a su paso.
En Michoacán, donde iniciaron las hostilidades, el crimen organizado no solamente mantuvo su poder hegemónico en ese sexenio, sino que se fortaleció y, cuantas veces quiso, desafió al Estado mexicano con atroces ataques.
Basta recordar dos de esos desafíos: los atentados con granadas en el centro de Morelia, que dejaron ocho civiles inocentes muertos y un centenar de heridos – varios con amputaciones -, y la ejecución de 12 agentes de la Policía Federal – que dirigía Genaro García Luna, actualmente detenido en Estados Unidos por presuntos nexos con la delincuencia -, cuyos cuerpos fueron apilados a la orilla de la Autopista Siglo XXI, con un mensaje que los sicarios de La Familia Michoacana escribieron, dirigido al gobierno: “vengan por más, los estamos esperando”.
A una década de que Calderón dejó el poder, el paisaje sigue siendo de un rojo intenso en el territorio nacional. Ya es otro el partido y la estrategia. Ya es otra la ideología y los actores. Pero el escenario de muerte no se ha ido, por el contrario, si nos basamos a los datos duros, a los números fríos, podemos afirmar que se descompuso más.
Los tres años con cinco meses del gobierno actual, ya suman 120 mil 440 asesinatos, es decir, en poco más de la mitad del sexenio se alcanzó la cifra de muertos de Calderón. Y las proyecciones estiman que el ejecutómetro podría superar los 210 mil crímenes a finales del 2024.
Y va otro indicador, también duro y frío:
Si nos ceñimos a la estadística de los 42 primeros meses de cada sexenio, desde Salinas hasta Obrador, los 120 mil 440 asesinatos registrados bajo el actual gobierno, superaron desde hace mucho a los 74 mil 737 crímenes del mismo periodo con Peña Nieto, a los 53 mil 319 homicidios con Calderón, a los 46 mil 167 del gobierno de Fox, los 50 mil 711 con Zedillo y los 36 mil 433 del salinato.
Y el ejecutómetro sigue sumando.
Cintillo
La disputa al interior del PRI en el Congreso del Estado, no es un simple pleito por el control de la bancada. La pelea tiene largo alcance: apunta hacia el 2024. Su resultado podría estar definiendo, desde ahora, una candidatura al Senado.