La honestidad es el primer capítulo en el libro de la sabiduría
Thomas Jefferson (1743-1826) Presidente norteamericano
Los lamentables acontecimientos en Arantepacua este miércoles, sólo reflejan y evidencian que los añejos conflictos entre comunidades indígenas de la meseta purépecha, distan años luz de resolverse. Más aún, todo indica que se recrudecen y, lo peor, con la pérdida de vidas humanas.
A falta de reportes oficiales sobre el número de bajas, entre muertos y heridos, por la confusión reinante tanto en las áreas policiacas como en la misma meseta, por la noche de este miércoles se hablaba de cinco comuneros de ese lugar muertos y al menos siete policías heridos, tras una refriega entre ambos.
El hecho, lamentable por donde se le vea, generará sin duda intensas movilizaciones tanto de comuneros de la región, como de organizaciones “solidarias”, como el magisterio “democrático” y normalistas. Es explicable la indignación, pero tampoco puede soslayarse que el choque se suscita cuando comuneros agreden a policías a balazos en Arantepacua. La inconformidad había comenzado un día antes al ser detenidos 38 habitantes de ese poblado, cuando transitaban rumbo a Morelia para manifestarse, pero en un autobús con reporte de robo.
Suena duro, pero un hecho incontrovertible es que históricamente los conflictos entre comunidades de la meseta se registran por la intolerancia y la inflexibilidad de ellas ante cualquier escenario de posible negociación. Me consta que en las reuniones en oficinas gubernamentales de cualquier nivel, tendientes a buscar alternativas de solución a los líos entre comunidades de la región, casi siempre por la definición de la propiedad de la tierra, lo que prevalece es invariablemente la desesperante cerrazón de las partes, como si en realidad no quisieran terminar con los problemas.
Hay quien explica que el gobierno debe ajustar sus políticas de “solución” a la idiosincrasia purépecha. El problema es que casi siempre ésta está más vinculada a la ilegalidad, al menos en la concepción del derecho occidental, pero que a final de cuentas nos rige. Los usos y costumbres, como herramienta para encarar dichos conflictos, no han dado resultado, porque ni entre las comunidades se respeta.
Cierto, puede ser cuestión de idiosincrasia, porque en la visión indígena no está mal robarse un autobús para trasladarse a Morelia a manifestarse. A fin de cuentas su pobreza impide a los comuneros rentar un vehículo para tal fin, muchos menos tener uno propio. Pero es ahí donde el gobierno no puede ajustar su obligación de hacer valer la ley. El robo de ese autobús es un delito, punto. Lo acepten o no los indígenas.
De ahí, pues, la enorme dificultad de encontrar visos de solución a los conflictos en la meseta purépecha. A veces, la aplicación de la ley los radicaliza y los torna violentos en extremo. Pero aun así, no hay otra vía. El diálogo y la negociación son imprescindibles, pero tienen por límite las acciones de abierta ilegalidad. En la meseta, parece el cuento de nunca acabar.