Cuando un político dice que acabará con la pobreza, se refiere a la suya
Paulo Coelho (1947-?) Escritor brasileño
El presidente está metiendo el acelerador al arrancar el tramo final de su gobierno. Y no es que lo haga para impulsar mejores políticas y programas destinados a combatir la inseguridad o la pobreza, o a alcanzar mejores niveles de salud o educación, o a combatir la inflación o impulsar más transparencia y rendición de cuentas.
No, arrecia el paso pero en la vía peligrosa. Está claramente decidido a materializar hasta donde pueda su visión de país y de gobierno: la visión de un populista, de un dictador.
Si abrió su administración con una de las medidas más absurdas que se recuerden, la de cancelar el aeropuerto de Texcoco para construir en su lugar uno de corte pueblerino, y luego se siguió con una refinería que no refina, hasta llegar a tirar 300 mil millones de pesos en un tren que nunca será viable, hoy da señales de que todo ello no es nada comparado con lo que comienza a tejer.
La expropiación de la infraestructura ferroviaria que tenía concesionada Grupo México, es solo el principio. Nos vienen 16 meses en que todo, y todo es todo, es posible: desde anular la elección en el Estado de México y luego la presidencial del 24 si el resultado no le es favorable, hasta nacionalizar Banamex o desaparecer por decreto a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pasando por decidir alargar su periodo presidencial bajo cualquier pretexto.
¿Suena descabellado? Con López Obrador nada es descabellado. Si de violar la ley y enviar señales de autoritarismo se trata, nada hay que se lo impida.
El PAN le endilgó en 2006 el título de “un peligro para México”, que si en su momento no pasó de un mero eslogan de campaña, hoy cobra plena vigencia y valides. A partir de ahora todo es posible con el presidente. Y es que AMLO ha entrado ya, sin rubor ni tapujo, al modo AMLO. Si no, al tiempo.
Y a la pesadilla ya solo le quedan 497 días.
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