La política es el arte de impedir que la gente se entrometa en lo que le atañe
Paul Valery (1871-1945) Escritor francés
La información del Instituto Mexicano para la Competitividad, es escalofriante: la Cámara de Diputados de Michoacán es la tercera más cara del país, en términos del presupuesto que se auto asigna, y los diputados michoacanos son los segundos más caros.
Ello sería menos recriminable, si se reunieran dos condiciones antes: una, que las finanzas estatales estuvieran en bonanza y se permitieran ese tipo de lujos; y dos, que nuestros legisladores fueran lo suficientemente productivos, eficaces y transparentes, como para que justificaran la carga económica que nos significan.
Pero está claro que ninguno de los dos requisitos se cumple. Ni hay tal solvencia financiera, ni ellos son eficaces ni productivos. Menos transparentes.
El poder legislativo de la Ciudad de México, esto es, la Asamblea de Representantes, tiene un presupuesto este año de 1,903 millones de pesos, y el del Estado de México de 1,469. Son los dos más caros, pero claramente hay una explicación: representan a un promedio de diez a doce millones de habitantes. Lo increíble es que el tercer Congreso más caro es el michoacano, con un presupuesto de 897 millones de pesos.
En cambio, congresos como el de Colima, Hidalgo y Yucatán, “apenas” disponen de presupuestos por 93,131 y135 millones, respectivamente.
Y el costo per cápita es igualmente ofensivo: cada asambleísta capitalino le cuesta al erario 28.8 millones este año, y enseguida se ubican los diputados michoacanos, como los más caros en el país, toda vez que cada uno nos cuesta la friolera de 22.4 millones por año. En cambio, diputados como los poblanos requieren solo de 3.5 millones, los colimenses 3.7 y los tamaulipecos 4.3 millones. Nada que ver.
Y a la luz de resultados, es evidente que nuestros diputados no son solo caros, sino improductivos. Menuda combinación nefasta.
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