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domingo, noviembre 24, 2024

EL VIRREY, LA HISTORIA QUE PUDO SER

Ninguna injusticia puede convertirse en norma de juicio

Thomas Hobbes (1588-1679) Filósofo inglés

Hace justo una década, el 15 de enero de 2014, el presidente Enrique Peña Nieto publicaba en el Diario Oficial de la Federación el decreto por el que creaba la Comisión para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán, y de paso, el nombre de su titular: Alfredo Castillo Cervantes.

La entidad se debatía, desde otra década atrás, en una ola interminable de violencia y criminalidad, con un cártel dominante no solo de la producción y trasiego de drogas, sino de la extorsión, el cobro de piso, el secuestro. Un cártel, primero llamado La Familia y luego Caballeros Templarios, adueñado del estado en lo económico, lo político y en lo productivo.

La creación de una comisión exprofeso para pacificar al estado, vía la confrontación de los grupos delincuenciales y vía también el desarrollo económico, generó expectativas que, en el mejor de los casos, quedaron a medias, sino es que de plano fueron inútiles. Hoy, diez años después, las cosas no han cambiado y, en muchos sentidos, han empeorado.

Cierto, Castillo encabezó una embestida contra los líderes del cártel michoacano. Metió a algunos a la cárcel y otros murieron en enfrentamientos con los cuerpos policiacos y militares. Hasta ahí, todo bien. Su problema, y el de Michoacán, comenzó cuando enloqueció con el poder infinito que Peña Nieto le había dado, sino control alguno, sin límite alguno, sin obligación de entregar cuentas a nadie.

Castillo no solo desoyó advertencias de lo peligroso que era aliarse con criminales disfrazados de arrepentidos a los que aceptaba como autodefensas, sino que les dotó de armas y credenciales para delinquir. Y ya encarrerado, le dio por dominar la escena política, cesó a todos los delegados federales, supliéndolos por perfiles ineficaces; aplastó a los diputados priístas hasta someterlos; metió a un gobernador a la cárcel; le movió el tapete a otro y ordenó a los diputados que designaran a su sustituto. No por nada se le conoció como El Virrey.

Y lo peor, que su tarea primordial, la de pacificar al estado, quedó hecha añicos cuando sus excesos obligaron a Peña Nieto a sacarlo por la puerta trasera. La primera etapa, la de descabezar al cártel michoacano, la cumplió razonablemente bien, pero nunca se redondeó la estrategia, el crimen organizado no fue pulverizado, se rehízo y hoy sigue gozando de cabal salud, bajo otras siglas.

Lo que no mata, fortalece, y eso le pasó a los criminales michoacanos. Castillo solo los zarandeó, pero no los liquidó. Y por el contrario, armó a lobos con careta de oveja, a criminales disfrazados de autodefensas, fenómeno que salió de control y que hoy sigue empoderado del estado.

Castillo pudo vestirse de luces, casi convertirse en héroe, y terminó siendo una pantomima de pacificador, un político sin pudor cuyo nombre y recuerdo solo evoca ineficacia y abuso de poder.

Y a la pesadilla ya solo le quedan 269 días.

X@jaimelopezmtz

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