Lo primero que hacen los dictadores es acabar con la prensa libre.
Fidel Castro (1926-2016) Dictador cubano
Esa es la gran interrogante que quedará por siempre en la polémica al hablar de las elecciones que llevaron a la Presidencia a Claudia Sheimbaum.
Evidentemente, para la 4T se trató de una elección ejemplar, donde simplemente el pueblo bueno y sabio se volcó en las urnas en apoyo a “la doctora”. Para la oposición, en cambio, sí estuvimos ante la elección más fraudulenta en la historia, y eso es mucho decir en un país hasta hace treinta años, prototipo del fraude electoral.
Me parece que hablar o no de fraude, es según la definición que tengamos del término, y la valides o no de su aplicación en esta elección. Veamos: no podemos hablar de fraude si nos ubicamos exclusivamente en la suma de votos de cada candidata. Es claro que Claudia Sheimbaum obtuvo el doble que Xóchitl Gálvez. Los recuentos y la revisión puntual del ochenta por ciento de las casillas, quizá muevan alguna elección reñida y con ello ajusten en parte ciertos resultados de alcaldes o diputados, pero jamás en una dimensión tal que reviertan el de la elección presidencial.
Hay, en cambio, otra acepción de fraude electoral: la compra de conciencias y voluntades a través de dádivas disfrazadas de programas sociales; la inyección ilegal y obscena de miles de millones de pesos por parte del estado en favor de sus candidatos; la injerencia del crimen organizado asesinando candidatos opositores; la permisibilidad del obsequioso INE para que López Obrador violara un día sí y otro también la ley, al abordar las elecciones desde su púlpito mañanero sin consecuencia alguna; la campaña negra contra Xóchitl Gálvez desde Palacio Nacional; la evidente compra de encuestas y luego de medios de comunicación, además de un larguísimo etcétera. Si eso se considera fraude, sin duda lo hubo.
La polémica, pues, jamás cesará; todo es cuestión del cristal con que se mire.
Y a la pesadilla, a la actual, ya solo le quedan 116 días. X @jaimelopezmtz