Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión
Paul Auster (1947-¿?) Escritor norteamericano
Polémica y mucha tinta se produjeron la semana pasada, luego de que el Episcopado Mexicano, que no es otra cosa que la máxima jerarquía católica, convocara a los tres candidatos presidenciales a firmar su propuesta de Compromiso por la Paz.
Lo hicieron todos, aunque en el caso de Claudia Sheimbaum, la aspirante del oficialismo, con una especie de bajo protesta, al advertir no estar de acuerdo en general con el diagnóstico respecto del escenario de inseguridad y criminalidad que azota al país.
Respetable y explicable, aunque injustificada la posición de Sheimbaun, dado que nadie iba a suponer que avalara un diagnóstico que, por real, restrega en la cara de la 4T lo que ha sido el sexenio en ese rubro: connivencia criminal con los cárteles.
Por eso, la polémica se centró más en los días subsecuentes, en determinar si el alto clero debe o no ser la fuente de un compromiso de los aspirantes presidenciales en la búsqueda de la paz. Se argumenta que la laicidad del gobierno impediría a los jerarcas religiosos involucrarse en esos temas. Nada más falso.
La laicidad implica que ninguna religión se involucre en las tareas de gobierno, ni viceversa, desde luego. Eso es todo. Pero ello no impide a nadie, ni a los prelados, exponer realidades y convocar a quienes pretenden tomar el mando del país, a sumarse en una cruzada por la paz.
A fin de cuentas, la criminalidad desbordada no es un problema para el gobierno. De hecho, está claro que es al que menos le preocupa. Es un problema, sí, de la sociedad, la auténtica víctima de ese fenómeno, y los líderes religiosos forman parte de esa sociedad. Más aún, las consecuencias de la connivencia gubernamental con los cárteles, también las padecen por igual que el resto de los mexicanos, al margen de la actividad a que nos dediquemos.
El alto claro tiene todo el derecho, luego entonces, de diseñar y presentar su propio diagnóstico sobre el fenómeno, con la consecuente plataforma de propuestas para enfrentarlo. Es una facultad que nadie le puede regatear.
Cierto, vamos directo a una dictadura, pero mientras ésta no se materialice a cabalidad, mientras se mantengan resquicios de libertad, deben aprovecharse por todos los sectores sociales, no solo por la Iglesia.
Y a la pesadilla ya solo le quedan 209 días.
X@jaimelopezmtz