Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá
Horacio (65-8 AC) Poeta latino
Cuando parecía haber remontado, así sea en algo, la pesada cuesta y crisis de credibilidad y liderazgo, que en parte pudo haber explicado su «triunfo» en la Asamblea Nacional priista, al presidente Enrique Peña Nieto parece venirle el peor escándalo de su ya de por sí tormentoso gobierno.
Las acusaciones de los jerarcas de Odebrecht, hoy presos, en el sentido de que habrían sobornado con diez millones de dólares a Emilio Lozoya a cambio de obtener un contrato por doce veces esa cantidad en obras para Pemex, no quedarán en el nivel del señalado: cualquier párvulo entiende que es altamente probable que en realidad ese dinero mal habido fue a parar a la campaña peñista.
Por eso, la rabieta combinada con señal a manera de chantaje de Lozoya ante gente cercana cuando se conoció la primera información sobre el hecho: si «ellos» saben que yo no tomé un peso de ese dinero; ¿así o más claro y comprometedor?
Entonces si, como todo apunta, Lozoya solo fue un puente para hacer llegar dinero sucio a la campaña presidencial de Peña, los dos, y sobre todo éste, están metidos en tremendo lío.
Ni Ayotzinapa ni la «Casa Blanca» de su esposa, adquieren para Peña un tono tan dramáticamente peligroso como la presunta embarrada de mano de Odebrecht, porque si bien su gobierno ha ido de tumbo en tumbo sobre todo a partir del tercer año, su triunfo nunca fue cuestionado con fundamento; ahora, éste, su triunfo en 2012, se pinta de ilegal, amén de inmoral.
Ahora, de confirmarse la especie, el presidente estará ante un dilema: ¿cómo encarar la inminente crisis de fin de sexenio por el caso Odebrecht-Lozoya-Pemex-Nieto?
La ortodoxia priista diría que Lozoya, como buen alfil, debe sacrificarse por Peña, el Rey; empero, eso implica para Lozoya una aceptación tácita de la ilegalidad y admitirla como único beneficiario. ¿Estará dispuesto y como a honras de qué debiera «sacrificarse»?
¿Será el nuevo Duarte?
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