La política es el arte de lo posible
Otto von Bismarck (1815-1998). Estadista alemán
Podría suponerse que la instalación de una mesa de gobernabilidad a nivel estatal, entre el gobierno, los partidos y los organismos electorales, inició mal por la ausencia de Morena y del Partido del Trabajo. Pero en realidad para quien comenzó mal, fue para ambos partidos, particularmente el de Andrés Manuel López Obrador.
Y es que con o sin ellos, dicha mesa debía instalarse sí o sí. Morena no tiene un solo argumento sólido para justificar su desdén por estar presente. Yeidckol Polevnsky, alguna vez mesurada y sensata lideresa empresarial y hoy convertida también en radical e incendiara dirigente morenista, “explicó” que la inasistencia de su partido en la mesa, fue porque ésta era sólo para la foto y porque Silvano Aureoles está haciendo el trabajo sucio al PRI.
De que la mesa es para la foto, claro que sí. ¿Qué evento de los partidos y los políticos no lo es? La utilidad y eficacia que luego tengan, no tiene que ver con si hubo o no foto previa, depende de la voluntad y la responsabilidad con que los protagonistas la asuman.
Y de que Aureoles le esté haciendo el trabajo sucio al PRI, no lo sé, ¿y quién sí lo sabe? Pero suponiendo, sin conceder, que así fuera, ¿qué diablos tiene eso que ver para que Morena le haga al feo a la mesa? Nada, es mero pretexto.
Le haga o no el trabajo sucio al PRI, Aureoles encabeza el gobierno que por definición política y legal está obligado a generar los protocolos de seguridad, estabilidad y gobernabilidad, para que todos, y subrayo todos los partidos y los candidatos puedan desahogar un proceso electoral con las menores complicaciones posibles. El esquema de certidumbre que instrumente el gobierno de Aureoles, le servirá o le afectará por igual a los candidatos de su partido, el PRD, como a los de PRI o a los panistas y, desde luego, a los de Morena, como del resto del sistema de partidos.
Me parece claro que la inasistencia morenista pasa más bien por la actitud soberbia con la que el partido propiedad de López Obrador entra a la contienda. La soberbia de éste por supuesto que baña a sus huestes. El tabasqueño no parece haber entrado en razón de que justo esa actitud le cerró las puertas en 2006 y 2012 a Los Pinos y por eso la mantiene. Si él manda al diablo a las instituciones, ¿por qué sus súbditos tendrían que respetarlas?
Si él no quiere saber nada de diálogo entre partidos, con el gobierno y con los organismos electorales, con la mafia del poder, pues, ¿por qué pensar que “su” gente actuaría diferente? Si ello es difícil casi en cualquier partido, en Morena, con el grado de autoritarismo y verticalidad con el que se conduce el tabasqueño, es materialmente imposible.
Por eso, en la mesa de este lunes en Palacio de Gobierno no perdió nadie que no fuera Morena. Haber asistido significaría enviar una señal de madurez, de civilidad política. Claramente, Morena, en términos de desarrollo cívico y político, no ha bajado del árbol.