En política hay que sanar los males, jamás vengarlos
Napoleón lll (1808-1873) Emperador de Francia
Que el presidente Enrique Peña Nieto haya sacado casi tersamente el punto medular de la asamblea nacional priista el fin de semana, el relativo a abrir la posibilidad de que el candidato presidencial pueda ser un no militante de su partido, no tiene sino tres posibles explicaciones:
Una, que es un presidente fuerte, sólido, con un liderazgo entre sus correligionarios a toda prueba, lo que le permitió que los barruntos de tormenta y hasta de asonada que se presagiaban, quedaran en eso, sin que la sangre llegara al río.
Dos, que imperó la inveterada sumisión de los priistas y que ninguno de ellos tuvo los arrestos para retar al «jefe natural» del otrora partidazo.
O bien, tres, que los priistas podrán mentarse la madre entre ellos, pero suelen enconcharse, soslayar aunque sea temporalmente esas diferencias, y unir fuerzas cuando hay un adversario común, más si éste es tan fuerte y los retos tan grandes como los que enfrentan hoy; es decir, que los priistas son, ante todo, pragmáticos, saben cuándo hay que cerrar filas, y claramente la coyuntura es de alto riesgo para ellos de cara al 2018.
O acaso hayan sido la suma de los tres factores, el caso es que Peña sacó adelante su estrategia de tener la posibilidad de incluir a José Antonio Meade en la baraja de presidenciables; Peña necesitaba que no le amarraran las manos, que no le redujeran el abanico solo a priistas para elegir al candidato de su partido que tratará de sucederlo, sino que le abrieran el candado para ampliar las opciones.
Claro que tampoco puede darse como hecho que Meade es «el tapado», solo que queda incluido en la baraja, donde no podía estar hasta la semana pasada; pero además de él, Peña tiene ahora la posibilidad legal de barajar nombres como Carlos Slim, Juan Ramón de la Fuente o José Narro, al nadie ve como priista.
Una cosa sí parece clara: tras la asamblea, las posibilidades de los priistas-priistas se han reducido notoriamente, y se han incrementado en una correlación inversamente proporcional la de los «externos», figura no sólo impensable hasta hace poco en el tricolor, sino hasta indeseable. Si no, al tiempo.