La política es la historia que se está haciendo o que se está deshaciendo
Henri Bordeaux (1870-1963) Escritor francés
Andrés Manuel López Obrador no quita el dedo del renglón: la desaparición del INAI se le ha vuelto una obsesión. Que sus funciones sean supuestamente sustituidas por cualquier otra institución, la que sea, da lo mismo, lo único que tiene entre ceja y ceja es borrar al instituto.
Para ello volvió a dar la orden tajante a sus aterrorizados legisladores: muevan cielo, mar y tierra, pero desaparezcan al INAI. Ya éstos presentaron primero una iniciativa proponiendo que sus funciones sean incorporadas a la Secretaría de la Función Pública, con la ridiculez que significaría que el gobierno se solicite a sí mismo información para ver si conviene o no hacerla pública. Luego la modificaron y propusieron que fuera la Auditoría Superior de la Federación la que asumiera dichas funciones. Igual de aberrante. Pero el capricho presidencial sigue vigente.
¿Por qué esa aversión de López Obrador hacia el INAI? No es sólo que choque con su visión ideológica y filosófica del poder público y de la forma de ejercer el gobierno. Ese factor es importante, sí, pero lo realmente trascendente para él, es el riesgo que significa que en cualquier momento el instituto intervenga y ordene abrir la información relacionada con una serie de temas de la más alta opacidad y corrupción del gobierno de López Obrador. De hecho, incluso si llega a suceder antes de las elecciones del 24, bien le podría significar una derrota. Es decir, en todo momento será un peligro para López Obrador tener con vida la piedra en el zapato que le es el INAI.
Entre otros muchos, éstos son temas que el presidente está obsesionado con que se mantengan en el hermetismo:
El fraude de 15 mil millones de pesos en Segalmex, el doble de la Estafa Maestra; el sobrecosto de 200 mil millones en la refinería de Dos Boca; los 180 mil millones también de sobrecosto del Tren Maya; la Casa Gris de José Ramón en Texas; los 365 millones de pesos autorizados en contrato a la prima Felipa; el desfalco de 200 millones de su cuñada Concepción Falcón en Macuspana.
También, las propiedades inmobiliarias por 800 millones de Manuel Bartlett; los 850 millones adjudicados en contratos sin licitar a Carlos Lomelí, el delegado del Bienestar en Jalisco, a través de sus empresas farmacéuticas; los 93 millones que gastó el IMSS en la pandemia para la compra de ventiladores a empresa sancionada por corrupta, más 31 millones asignados por el propio IMSS al hijo de Manuel Bartlett y los 57 que desapareció Ana Gabriela Guevara de la CONADE.
Luego, los 79 millones triangulados a Morena del fideicomiso creado para recaudar fondos para afectados por el terremoto de 2017; los 40 millones acumulados por Santiago Nieto durante su breve paso por la Unidad de Inteligencia Financiera; los 14 millones robados por Delfina Gómez a los empleados del ayuntamiento de Texcoc, bajo la figura de aportaciones voluntarias, y los 20 contratados por ella misma a dos empresas fantasmas; los 21 millones que costó el predio regalado a Irma Eréndira Sandoval, además de los sobres con efectivo entregados a Pío y a Martín López Obrador. Sin faltar, claro, los 300 mil millones tirados al cancelar el nuevo aeropuerto de Texcoco y el dinero obtenido bajo el pretexto de la rifa del avión presidencial.
Por todo eso, y mucho, pero mucho más, López Obrador ha ordenado el adiós al INAI. Cierto, para lograrlo requiere los votos de la oposición, pero está decidido a echar su resto para conseguirlo. Si tuviera la certeza de que ganará la elección del 24, y que por ende las corrupciones de la 4T seguirán a bien resguardo, el presidente no andaría como fiera herida. Y una fiera herida suele ser más peligrosa aún. Al tiempo.
Twitter@jaimelopezmtz