El sufrir merece respeto, el someterse es despreciable
Víctor Hugo (1802-1885) Novelista francés
Hay que entender, aunque desde luego no justificar, las posturas de indiferencia del poder público con respecto al asesinato de Hipólito Mora, y hasta de denostación para su figura: el fundador de las autodefensas de la tierra caliente michoacana fue siempre una piedra en el zapato.
Y lo fue, porque evidenció el rotundo fracaso de las políticas públicas contra la inseguridad de la última década, lo mismo del gobierno de Felipe Calderón que el de Enrique Peña Nieto y ni hablar del de Andrés Manuel López Obrador. Igual del gobierno de Lázaro Cárdenas que el de Leonel Godoy, y de ahí para acá, cortados todos por la ineficacia y, en muchos sentidos, por la colusión con el crimen organizado.
Hipólito Mora encarnó el hastío de los terracalenteños que no solo veían cómo los criminales de la zona se apoderaban de sus propiedades, sino de sus esposas e hijas; que se adueñaban de la vida por completo de los pueblos y que fijaban cuotas a la producción y al comercio. Todo el que se negaba, recibía plomo. Pero hace una década, algunos productores, como él, decidieron plantar cara a la criminalidad, ante la ineficacia o de plano colusión de los gobiernos de todos los niveles, se armaron, se organizaron y enfrentaron a los delincuentes, no siempre con resultados exitosos. Pero se necesitaba el valor, la decisión, los pantalones para hacerlo, los mismos que el gobierno nunca tuvo, de ahí que le viera siempre con recelo.
Cierto, en las autodefensas casi todos sus integrantes fueron desviando el sentido original y convirtiéndose en los nuevos delincuentes de la zona, supliendo la función de los cárteles que combatieron originalmente. Pero no fue el caso de Hipólito: fue de los pocos, poquísimos, que se mantuvo en la trinchera correcta, que no solo nunca se dobló, sino que no desvió el camino. El crimen organizado le asesinó a su hijo y ni así arrió banderas, al contrario, le sirvió de acicate para redoblar la defensa de su pueblo, La Ruana.
Pudo irse sin problema a Estados Unidos, donde tranquilamente le hubieran asilado, con las comodidades y garantías que ello significa. Pero siempre rechazó esa oferta. Ni siquiera aceptó vivir en Morelia, como se lo sugerían desde el gobierno del estado. Sabía que en cualquier momento lo iban a matar, así lo alertaba en sus continuas entrevistas periodísticas, pero consideraba una afrenta abandonar La Ruana.
Apenas hace una semana había demandado del gobierno que no soslayara el recrudecimiento de la violencia en la zona. Alertaba que el crimen se había vuelto a adueñar de toda la región. Nadie le hizo caso, y este jueves fue víctima de un atentado, el tercero en su cuenta, pero este definitivo. Además de él, los tres policías estatales que le servían de escoltas, también murieron.
Hipólito Mora debe ser considerado un héroe. Él sí, no el bandolero y violador de Pancho Villa, debiera tener su nombre en letras de oro en la Cámara de Diputados. Pero nunca pasará eso, porque para el poder público fue siempre un estorbo. En lugar de callar y sufrir en vergonzoso silencio el empoderamiento del crimen organizado, levantó la voz, tuvo el valor para suplantar al gobierno en su obligación, y por eso a éste siempre le fue incómodo. Hoy, el gobierno puede descansar, su piedra en el zapato no existe más, pero queda la loza que significa su muerte, una muerte que desnuda la ineficacia y colusión gubernamental con los cárteles.
Hipólito fue un campeón. Cómo le servirían a Michoacán, más hipólitos. Réquiem por él.
Y a la pesadilla ya solo le quedan 461 días.
twitter@jaimelopezmtz