Es bello obtener la belleza como premio a la justicia, pero es más bello preferir la justicia a la realiza
Plutarco (40-120) Historiador y filósofo griego
En cualquier país con un mínimo de respeto a sí mismo, lo sucedido este viernes en Texcaltitlán, Estado de México, debería obligar a la renuncia, como mínimo, del gobernante de ese estado. Pero esto es México, esto es la dictadura de la 4T y Delfina Gómez es la gobernadora de esa entidad, así que lo que pasó, pasó, y a otra cosa.
Texcaltitlán es un reflejo cruel, sangriento, del México de los abrazos a los delincuentes. Es la representación nítida de un estado fallido, en el que el poder público es ajeno e indiferente al sometimiento que hace el crimen organizado de la sociedad civil. Ajeno e indiferente en el mejor de los casos, y partícipe por colusión en no pocos más.
Texcaltitlán obliga a repensar el país que hemos construido, en el que hay una ausencia total del estado de derecho, en el que la población no cuenta con mecanismos de garantía a su integridad física, ni siquiera a poderse dedicar a la actividad productiva que le plazca, porque la criminalidad es dueña de todo, del comercio, la industria, el agro, los servicios, del gobierno mismo, y como dueña impone tiempos, cuotas y hasta políticas públicas. Y al que no se somete, vienen las represalias, viene la muerte.
Texcaltiltán es el espejo del México rojo, del México sin ley, sin gobierno, donde la sociedad civil tiene que defenderse a pistola y machete en mano, evitando ese día, sí, la extorsión de la Familia Michoacana, pero quedando a merced de ésta de que en cualquier momento masacre al pueblo entero, a manera de escarmiento a los vecinos.
Texcaltitlán cala en lo más profundo del ser mexicano, como cala la criminal indiferencia de Andrés Manuel López Obrador, que a unas horas de la tragedia acude a un pueblo vecino, eso sí, escoltado por cientos de militares, solo para machacar con sus absurdos llamados a cuidar a nuestros jóvenes, apapacharlos para que no caigan en la delincuencia y en el consumo de drogas, como si lo del viernes en ese pueblo mexiquense tuviera que ver con drogas. Era extorsión y cobro de piso, sometimiento a los agricultores para que paguen determinada cantidad de dinero por metro cuadrado de cultivo. Pero López Obrador es un autista que vive su propia realidad, insensible al dolor social y, peor aún, sensible al dolor de los criminales. “También son seres humanos”, como de que no.
Texcaltitlán pinta al México de hoy, desnuda a su corrupto e ineficiente gobierno y ubica en su justa dimensión el peligro de ponerle el segundo piso a una transformación criminal, de terror, que si no se frena hoy, acaso mañana sea ya imposible.
Y a la pesadilla ya solo le quedan 295 días. X @jaimelopezmtz