Es innegable que la escuela pública es uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad. Pero también en torno suyo, además de los procesos académicos formales, la comunidad de aprendizaje sirve de nicho para que la educación no formal suceda.
Basta con convivir con los demás estudiantes al interior o fuera del plantel para que progresivamente la red de compañeros de la escuela se constituya en un poderoso elemento educador para quienes pertenecen a la misma.
Sin embargo, la educación no formal, incluyendo la recibida en el entorno escolar, pocas veces responde a lo establecido por un modelo educador, siendo más bien lo aprendido en la calle un triste reflejo de la realidad nacional imperante. Aún en las mejores escuelas, el “nos vemos a la salida” suele aterrizar en la realidad nacional a todos los estudiantes.
Con el paso del tiempo, la degradación social que ha cundido en nuestro país y que ha permeado en relativa medida en las escuelas ha hecho que esta situación se agrave. Saliendo de los planteles educativos, estudiantes y maestros regresan por igual al hambre, a la pobreza, al piso de tierra, a ver y padecer todo tipo de violencia, a consumir contenidos audiovisuales de ínfima calidad a través de los medios electrónicos y redes sociales, etcétera.
Si bien, la escuela y sus actores clave deben ser motores transformadores de la realidad nacional, todo indica que la realidad ha interpelado tan fuerte a las comunidades de aprendizaje que no hemos acertado a conformar un modelo educativo que permita la reconstrucción nacional basados en la acción colectiva.
Hoy más que nunca están claras las consecuencias de que en nuestro México doliente, nadie nos ha enseñado a gobernarnos a nosotros mismos ni tampoco a colaborar para que se conduzca mejor al país. No hemos sabido transitar de una dictadura perfecta a una democracia óptima.
Por ejemplo, retomando el prototipo sociológico del mexicano, aún tenemos fuertes resabios de seguir siendo una tierra de individuos salvajes y solitarios recorriendo nuestro laberinto. En este periplo, el actual entorno electoral significa un reencuentro con la esperanza, acudir al rito de la comunión en las urnas en donde se vuelca nuestro pueblo para aspirar a transformar lo que tanto duele, a enterrar lo que lastima y a suspirar por un mejor porvenir.
Ello ha resultado insuficiente, como lo manifiestan múltiples indicadores que señalan que el rumbo de nuestra nación no es el más correcto.
Es tiempo de actuar con precisión y centrarnos en un tema de fondo: la construcción de gobernanza, entendida ésta como la capacidad que tiene una sociedad de gobernarse a sí misma.
El Banco Mundial tiene un estudio que lleva un cuarto de siglo realizando evaluación y seguimiento de la capacidad de gobernarse de las naciones. Su meta estudio realizado anualmente, refleja la realidad en materia de gobernanza y diferentes variables, a saber, voz y rendición de cuentas, estabilidad política y ausencia de violencia, efectividad gubernamental, calidad y mejora regulatoria, estado de derecho y control de la corrupción.
Al respecto de la última variable mencionada, en su entorno se constituyó precisamente la nota de esta semana, donde se supo de la caída en tobogán de nuestro país, lo cual se supo a nivel mundial. Ser el país más corrupto de la OCDE y de Norteamérica debería constituir una vergüenza nacional. Transparencia Internacional evidenció el tortuguismo, la omisión y la discrecionalidad que han imperado en los pasos dados para instaurar el sistema nacional anticorrupción, a la par que la inconexión de diversos agentes que podrían hacer mucho más por combatir el flagelo mencionado si actuasen articuladamente. Sin embargo, la organización ciudadana presentó el estudio y nadie perdió su empleo fulminantemente en este país.
Por otra parte, el reciente despertar ciudadano ha visibilizado incontables mecanismos de corrupción pretéritos y presentes. Empero, el ejemplo de esta variable abona para extrapolar las conclusiones para las demás. Ni siquiera es dable pensar que podemos combatir directamente los males en torno a la escasa gobernanza, tal vez requeriremos dos, tres o hasta cuatro generaciones.
Por ello, debemos pensar en que el cambio social se debe cimentar en la formación de formadores.
Imaginemos a un niño que esté formado transversalmente en los ejes de la gobernanza y sepa visibilizar, denunciar y combatir la corrupción; que sepa ejercer a plenitud su libertad de expresión, que sepa pedir y rendir cuentas de sus actos; que conozca los valores democráticos y cuide la estabilidad política, a la par que identifique, visibilice y repudie toda forma de violencia; que exija eficacia y eficiencia gubernamental a sus empleados, los servidores públicos; pero que también aspire a algún día, recibir el alto honor e insondable responsabilidad de servir a los demás y recibir un salario por ello; que conozca sus derechos y cumpla impecablemente con sus obligaciones ciudadanas; que posea habilidades organizativas, para actuar proactivamente ante las necesidades comunes y poder resolver colectivamente los retos que la realidad les presente.
Una legión compuesta por niños, adolescentes, profesionistas recién egresados y adultos que estén formados en un modelo educativo que les desarrolle los saberes necesarios para impulsar la gobernanza nacional, sí que pueden cambiar a este México. Un país que aparenta estar podrido hasta los huesos puede así levantarse de sus cenizas. Llevamos el arquetipo de la transmutación en prácticamente cada símbolo patrio, pero la tradición los ha herrumbrado.
Es entonces ahora imposible considerar que el pensamiento disciplinar, que la escuela escolástica lo logre. Incluso, el modelo educativo de reciente implementación en nuestro país está aún muy alejado de impulsar contenidos que garanticen la conformación de ciudadanos modelo que puedan dotar de autopoiesis a nuestra nación.
Apenas se ha puesto en el modelo educativo como quinto eje el de gobernanza, con una propuesta tímida de articulación de cuatro niveles de consejos de participación social en la educación, a escala nacional, estatal, municipal y de centro escolar. Se requiere robustecerlo con acciones de mucho mayor alcance e impacto.
Preciso será implementarlo, para gradualmente pasar del enfoque de gobernanza del sistema educativo a formar para la gobernanza de la nación, a lo cual sin duda abona, pero es insuficiente aun y requerimos mayor alcance de nuestra visión.
Por ello, formar para formarnos para la gobernanza resultará clave. Debemos de trazar ese horizonte posible para los mexicanos e impulsar esa visión transgeneracional del sistema educativo durante este momento histórico.
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