La actual pandemia, causada por un virus que se quedará a formar parte de la flora circulante entre los humanos, ha causado, de rebote, muchos cambios en el comportamiento de los seres humanos. Cambios en la actitud, en los hábitos de higiene, en la alimentación, en la economía, en las costumbres sociales, en el turismo, y en otros campos del quehacer humano.
Pero hay un ámbito cuya mutación es altamente riesgosa. Me refiero a que hemos sido testigos de cuánto ha disminuido, minado, reducido, abreviado, minimizado, atrofiado, menguado, mermado, rebajado, menoscabado, achicado, depreciado, deteriorado, sobajado, degradado, restringido, debilitado (y agregue usted todos los calificativos que pudieran tener un significado parecido), nuestra sensatez. Sí, esta pandemia nos ha empujado un poco, y a veces un mucho, hacia la irracionalidad.
Hay quienes propalaron que el problema fue fraguado por mentes diabólicas para vendernos, desde cubrebocas, geles, tapetes, guantes, batas y medicamentos, hasta ventiladores (como los que fabricó un corrupto hijo de otro corruptazo), hasta la vacuna que parece ya se asoma en un cercano horizonte.
Otros, dijeron que se escapó un virus de algún laboratorio que maquinaba una guerra bacteriológica.
Unos más, aseguraban que era un mero distractor para que los grandes problemas mundiales pasaran a segundo término.
También hubo quien argumentó que el problema no es causado por un virus, sino por una bacteria, aún desconocida.
No faltó quien dijera que, en México, nuestro presidente está amenazado por las élites, (así nomás, “por las élites”).
Hasta se habló de que las autoridades de varios países iban a demandar (sic) a la O. M. S. por no haber sabido manejar la pandemia.
Algunos, acaso más sesudos, dijeron: “peligro, quieren reducir la población mundial”.
Entendemos ese embotamiento neuronal, pero lo que sí no tiene nombre es lo que hicieron un gobernante y un líder sindical. El gobernante, seguramente en una situación parecida a la de un zombie recién resucitado, en el estado de Chihuahua, hace una semana, designó, como secretario de salud, a un experto en cifras, sumas y números: un señor contador. Y aquí en Morelia, el dirigente de un grupo sindical, no sé si de maestros o de empleados de nuestra máxima casa de estudios, un señor de apellido Tena, a quien tengo el supremo gusto de no conocer en absoluto, imagine usted, responsabilizó de los contagios y de las muertes por el COVID 19, al rector de la universidad, por permitir que se reinicien las actividades docentes con las medidas que dicte la autoridad sanitaria.
A veces es mejor no saber nada, que saber poco.