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lunes, diciembre 23, 2024

EL EPIDEMIÓLOGO

DR JAIME LPEZ REl año anterior, un servidor lo terminó intensamente deprimido. Por lo menos, eso creía. Es una confesión que, espero, sea comprendida por mis nueve lectores.

La causa de tal merma en el estado anímico, no es el temor a la enfermedad que nos tiene paralizados; no lo es, tampoco, el miedo a la muerte (como alguien dijo, “a esta edad, no es que queramos huir de la muerte; es, más bien, que ya le tememos menos”). Tampoco se debe a que esté desahuciado y, mucho menos, a que quiera huir, a consecuencia de las muchas juventudes acumuladas.

El 30 de diciembre, consulté a un médico psiquiatra, amigo desde los años de la escuela secundaria y compañero también de la carrera de medicina. Vino a mi domicilio. Me interrogó, me exploró de pe a pa, ordenó algunos estudios, y dos días después, ya en su consultorio, me aseguró:

—Tú no estás deprimido. ¡Estás decepcionado!

—¿Decepcionado yo?, ¿decepcionado de qué? —me empecé a preguntar.

Su explicación me llenó de asombro, pero me abrió las puertas a un campo, para mí, hasta ahora desconocido. Fue a su escritorio, y como decía una enfermera, “se echó un clavado entre los papeles”, sacó una hoja escrita, y mientras me miraba con sus ojos entusiasmados, dijo:

—No creas que no leo lo que tú dices que son tus locuras otoñales.

La hoja que mi amigo movía de un lado a otro, frente a la cara, no me decía nada, hasta que le pregunté:

—Y eso, ¿qué es?

Por toda respuesta, mi amigo hizo girar la hoja, al tiempo que me preguntaba:

—¿Quién escribió esto?

Vi que la hojita tenía por título: “Augurios”, e, inmediatamente abajo del título, estaba mi nombre. Vi la fecha. La había escrito el 4 de junio de 2020.

En ese momento, mi amigo me dijo:

—Mira, Jaime; aunque no lo creas, yo leo lo que escribes y que compartes con algunas personas. Y lo que me interesa, como en este caso, este artículo, lo guardo. ¿Recuerdas lo que escribiste entonces?

A esas alturas ya tenía yo claro a qué venía tanto misterio. Empecé a leer la hojita. Un servidor había escrito algo en relación con la actual pandemia. Conforme avanzaba, todo se clarificaba más. Casi al final del artículo, leí lo que cito textualmente: “…de acuerdo con este análisis, esperaremos un número de defunciones que rondará los 50,000 en lo que resta del año…”

—Ya entiendo, pinche Manuel (perdón por el adjetivo, pero así nos tratamos desde la época de estudiantes).

Soltó la gran carcajada y me aseguró:

—Eso es lo que tienes. (y luego vino el rollo de todo psiquiatra) Allá en tu subconsciente, hay una gran decepción, porque tú, siendo epidemiólogo, hablabas de cincuenta mil defunciones por el COVID para el fin del año. Y ya sabes cuántos van: casi ciento veinticinco mil defunciones. (Este “casi ciento veinticinco mil defunciones” me lo estregaba como si yo tuviera la culpa). Ciento veinticinco mil defunciones, me repetía, y tú hablando de cincuenta mil. ¿Ves por qué estás decepcionado y no deprimido?

Fue lo último que le escuché. Le agradecí y me retiré pensando que en unas horas más iniciaría otro año y que, por supuesto, no volvería a caer en el error de hacer tan horrendos cálculos.

jaimelopezrivera2@hotmail.com

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