En 1972, un compadre mío, a pesar de ser más joven, me dio varias lecciones. Fue un gran político. Eran los tiempos gloriosos en que un partido político y el gobierno eran una y la misma cosa. Un partido que, desde marzo de 1929, venía corriendo por las campiñas de México, con una antorcha que a nadie cedía, a menos que perteneciera al mismo equipo. Y mi compadre admiraba, respetaba, y seguía con ejemplar fidelidad, los postulados de esa agrupación.
En un principio, la vieja recomendación de: “Si dos amigos quieren conservar su amistad, jamás hablarán de religión, deportes ni política”, fue una prudente norma que ambos cuidábamos con singular esmero. Sin embargo, igual que en toda reunión donde se ha advertido: “le caí al que hable de trabajo”, y en la que, invariablemente, se termina conversando sobre aquello que se prohibió, entre nosotros ocurría lo mismo. Si empezábamos hablando de la charrería, que también le gustaba; o de lo que cada uno hacíamos en nuestro trabajo; o acaso recordando anécdotas ocurridas en las playas más tranquilas de la convivencia familiar, sin saber cómo ni por qué, pero la conversación, invariablemente, iba a converger en los terrenos minados de la política.
La política era la pasión de mi compadre. Y yo lo dejaba que se extendiera cuanto quisiera, porque ¡cómo aprendía mientras él hablaba!
Un servidor, amén de limitado conversador, un ignorante de la política, de vez en cuando afirmaba con un breve: “claro, compadre”, “eso es”, “muy bien”, “ya entiendo”, “claro que sí”. O bien, lo interrumpía con un corto: “¿a poco?”, “¡no me digas!”, “eso sí estuvo cruel, compadre”, y otras expresiones similares.
Se vinieron otros tiempos. El cielo del partido gobierno se tornó proceloso, las borrascas asomaron en el horizonte y vientos huracanados le arrebataron la tea encendida. Antorcha y partido se apagaron. Mi compadre siempre me aseguraba: “esto va a cambiar”.
Hoy, a casi cincuenta años de aquellas pláticas, las frases de mi compadre vuelven a ser una verdad cenital. Recuerdo, en especial, una. Una frase que, por supuesto, es conocida por los participantes en la contienda electoral que en el estado se avecina. No sé de qué estábamos hablando, pero viene a mi mente, con toda claridad, que una tarde, sentados ante una mesa, él disfrutando con una buena taza de café, y yo, dando sorbos a un té de manzanilla, me aseguró: “Mira, compadre, para ser gobernador de Michoacán, yo no necesito más que uno, y levantaba el dedo índice mientras repetía: uno, un solo voto. Nada más”.
Y si usted duda de la veracidad de esta frase, pregúntele por favor a … ya sabe quién.