Circunloquio, perífrasis, eufemismo, rodeo, atenuación, y otros términos de nuestro idioma, se han aplicado desde hace mucho tiempo con un significado similar: no tratar un asunto directamente, darle la vuelta o no “coger el toro por los cuernos”.
En la jerga política son recursos muy socorridos. Están presentes en las declaraciones, entrevistas y mensajes de todo funcionario. Como que temen el uso de las palabras que están hechas precisamente para ser usadas cuando se requieran. Todos prefieren, como dicen los refranólogos, “andarse por las ramas”.
Esta mañana, por ejemplo, escuché las declaraciones hechas vía telefónica por algún funcionario, declaraciones que tenían que ver con las marchas que convirtieron a la ciudad en un desenfrenado caos. Se le preguntó si el actual gobierno había aportado la parte que le correspondía para integrar un dinero que, al decir de los marchistas, no estaba disponible. El funcionario contestó, palabras más, palabras menos: “Desde el inicio del actual Gobierno, se ha depositado puntualmente, cada quincena, la cantidad que al Gobierno le corresponde, de manera que se ha cumplido cabalmente y con toda oportunidad”. Era obvia la siguiente pregunta por parte del entrevistador: “Entonces ¿por qué faltan esos recursos, según afirman los inconformes?” “Porque el problema viene de administraciones pasadas”, respondió de inmediato el funcionario. Ese “administraciones pasadas” es un término que a nadie convence; una respuesta que dice mucho sin decir nada. Un circunloquio, un darle la vueltecita para no comprometerse o, como dijeran los rancheros, “no querer embarrar a nadie”.
No puede uno menos que preguntarse: “Si en Michoacán todos sabemos quiénes han cobrado como gobernantes, y todos tienen sus nombres, ¿por qué no decir quién de ellos (o quienes), no cumplió (o cumplieron) con ese compromiso?”
Sin contar al actual gobernante, desde el año de 2002 seis personas han sido llamados “Gobernadores de Michoacán”: el antropólogo Lázaro Cárdenas Batel, una persona de nombre Leonel Godoy Rangel, a quien le decían “Maestro”, el señor Fausto Vallejo Figueroa, el señor Jesús Reina García y hasta una persona que responde al nombre de Salvador Jara Guerrero. Pero ¿por qué dejarnos con la ambigüedad de “administraciones pasadas” y no darnos nombre o nombres?
No hay más que alguna de las siguientes posibilidades: es el peso de los genes; el fantasma del miedo; el nudo de favores pasados; el deseo de cuidar un futuro político; o bien, es desconocer la máxima aquella que asegura que: “En política, quien pretende ser amigo de todos termina por no ser amigo de nadie.”