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viernes, abril 18, 2025

FRAGILIDAD PRESIDENCIAL

leopoldogonzalesquintanaEl gobierno de la República, encabezado por Andrés López, oscila entre el ánimo ordenador y el ánimo pendenciero. Uno y otro, en los últimos días, lo han conducido a sufrir serios reveses en materia jurídica, política, psicológica y mediática.

Las varias derrotas que ha sumado López Obrador en tan pocos días de gobierno, tienen una explicación lógica y una razón de ser, que aquí intentaremos poner en contexto y desmenuzar.

Un ánimo ordenador que sabe lo que quiere desmantelar o destruir, pero tiene confusiones y desconoce lo que en realidad pretende construir, y cómo hacerlo, no es la mejor garantía de que se mueve en la senda correcta.

Un ánimo ordenador que ve al pasado y se basa en argumentos de poder, en lugar de apostar a un porvenir posible y fundar su discurso en argumentos de saber y conocimiento, puede exacerbar el veneno de las pasiones populares en apoyo a su visión de gobierno, pero no podrá gobernar al país total.

Apoyado en ese ánimo ordenador, el presidente López Obrador “ordenó” a sus grupos parlamentarios elaborar sendas iniciativas de ley para “reformatear” al país, pensando en que crear la figura de los “superdelegados” en los estados, constituir una Guardia Nacional con cuatro estamentos, reducir los salarios de la “alta burocracia” por debajo del sueldo presidencial, borrar de un plumazo la Reforma Educativa y cancelar sin mayor análisis la Reforma Energética, situarían a la mal llamada Cuarta Transformación en la dirección correcta, que -según él- no es otra que la de alinear a todo y a todos en la indeclinable “subordinación al pueblo” y, dentro de él, en el servicio a “los más pobres”.

Desde un punto de vista moral, el que un gobierno tenga “buena intención” y ánimo ordenador no se discute. Lo discutible, desde un punto de vista jurídico y político, son las formas, los procedimientos y los comportamientos por medio de los cuales se pretende darle un nuevo rostro al país. Es decir, la agresión sistemática contra los diferentes y el plantear una política del conflicto y no una política de la alianza y el consenso, es lo que ha llevado al primer mandatario a un primer desencuentro con la mayoría de los gobernadores del país, a una primera confrontación con la Suprema Corte y el Poder Judicial, a enrarecer su relación con varios organismos autónomos (INE, TRIFE, INAI, CNDH, más los que se acumulen) y a tener que enfrentar una etapa de aguda judicialización de los asuntos públicos, de la que no está saliendo muy bien librado.

Como se ve, la “buena intención” y el ánimo ordenador son argumentos pobres, mal articulados y poco consistentes, cuando de consumar una transformación de gran calado se trata.

Se ocupa la visión holística de no confundir la parte con el todo, desprenderse de los enamoramientos con el “yo”, renunciar a la eliminación sumaria del otro y tomar distancia de las obsesiones ideológicas más profundas, para conducir a un país a su verdadera grandeza.

El otro problema del actual gobierno, además del ánimo ordenador confuso y mal planteado, es el ánimo pendenciero y la pulsión de trifulca con que se quiere llevar a cabo la Cuarta Transformación del país.

Albert Camus escribió: “Matizar para comprender, no dogmatizar para confundir”. De julio a diciembre, primero como candidato ganador, luego como presidente electo y a últimas fechas como presidente constitucional, Andrés López registra una lista muy intensa y harto extensa de los epítetos, diatribas, descalificaciones, estigmas, malignizaciones y demonizaciones que ha empleado para referirse a todos aquellos que no le creen, no piensan como él o no lo secundan en su aventura de instalar a México en los engranes de una regresión histórica. Esa lista, que incluye “adversarios”, “conservadores”, “hipócritas”, “reaccionarios”, “fifís”, “prensa vendida”, “comajanes” y todo un serpentario al gusto de su incontinencia verbal, no dibuja a un político tolerante y mucho menos a un estadista.

Después de su toma de posesión, lejos de atemperar con serenidad y juicio su proyecto de país y su visión punitiva del otro, ha procedido con falta de tacto y generosidad en la designación de titulares de algunas dependencias y organismos públicos descentralizados, como ocurrió con el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), mientras en otros casos, como el de Puebla, donde el TRIFE no otorgó el triunfo a Miguel Barbosa, no ha ocultado su malquerencia hacia ese órgano jurisdiccional ni frente a quienes le cerraron el paso a su partido en aquella entidad.

El episodio más reciente de este talante, es el enojo que provocó en el presidente y su primer círculo la resolución de la Suprema Corte que suspende la entrada en vigor de la Ley de Remuneraciones de los Servidores Públicos, la cual contiene los lineamientos de austeridad republicana del presente régimen y la disminución de los salarios de la “alta burocracia”. En este tema, en el que la Suprema Corte no hizo sino fungir como contrapeso de los otros poderes, el primer mandatario López Obrador exhibió su “mecha corta”, su empecinamiento con ciertos temas, su proclividad a distorsionar la realidad para imponer su visión de las cosas y su personalismo autoritario.

Estas tres muestras del ánimo pendenciero que caracteriza al vértice del poder en México, hay que decirlo ahora, no prefiguran días soleados para la República ni son una invitación a tomar con calma y sentido del humor el crudo invierno que se nos viene encima.

Antes de que el país se polarice aún más, es necesario que alguien cercano al presidente de todos los mexicanos, le aconseje, le sugiera o le insinúe que es mejor gobernar a un país entero, que gobernar a un país desecho por la violencia verbal y política.

Antes de que canten los gallos del próximo amanecer, se requiere un gran ejercicio de enfriamiento de vísceras y palabras, de atemperamiento de ánimos desbocados, de mesura en el discursear y de moderación en el pensar racionalmente al otro, antes de que el lado oscuro del enojo pulverice una esperanza.

Pisapapeles

Algo que deberíamos desterrar de la mesa del mexicano los próximos seis años: comer tacos o tortas de gallo a cualquier hora.

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