¿QUÉ LE HIZO EL VIENTO A JUÁREZ?
El cinismo del presidente se ha exacerbado; y en sus conferencias mañaneras ha hecho desahogo confesional que lo incrimina.
Confesó: “Ha crecido mucho la delincuencia. Se dejó crecer desde hace años, y echaron raíces los cárteles. Ahora entraron y tomaron Chilpancingo; y ordené (para no provocarlos, porque eran muchos) el retiro de nuestras fuerzas armadas. ¡Es mejor no confrontarlos!”
Esos mandatos de huida, dispuestos por el jefe nato de las fuerzas armadas de México, son para entregar las plazas a la delincuencia organizada, como parte de la política de seguridad pública decretada: “Abrazos y no balazos”.
Esas complacientes entregas de plaza, y el real aumento de todos los delitos en nuestro país, por más que lo oculten o lo distorsionen oficialmente, conducen a la gente a pensar en un gobierno narco.
Y esa fama delincuencial (que él mismo se generó) ha enfurecido al presidente confeso, quién teme más a la justicia de los EU que a la justicia mexicana.
Confesó también: “Cuando estaba como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación el ministro Arturo Zaldívar, yo hablaba telefónicamente con él, y le decía de los casos. Él, daba instrucciones a los jueces o a los magistrados; incluso, cuando las averiguaciones previas de los ministerios públicos estaban defectuosas, se corregían.”
De esa forma, el presidente descalzonó a quien fuera ministro presidente (Arturo Zaldívar) Lelo de Larrea, quién por más que ahora explique lo inexplicable, sobre esas constantes llamaditas telefónicas, ha perdido totalmente el respeto que se le tenía a ese lelo, pues hoy, por hoy, oficia de matraquero en la campaña electorera, cara e inservible, de la corcholata mayor del presidente.
Esa confesión presidencial también implica delitos en contra de la administración de la justicia.
Además, el presidente lanzó la confesión respecto a la jefa de la corresponsalía del periódico The New York Times, Natalie Kitroeff, de quien hizo públicos sus datos personales, con toda malévola intención, en un país en donde la vida de los periodistas peligra constantemente.
Así dijo el aspirante a dictador: “No los puede uno tocar ni con el pétalo de una rosa. Son hampa del periodismo. Deberían ofrecerme disculpas. El pueblo de México merece respeto”.
Y otra vez el presidente se victimiza. Goza haciendo el papel de víctima. Considera que él es el pueblo de México. El NYT denuncia a las personas supuestamente receptoras de dólares del narco, no al pueblo de México. No es contra nuestro país, es respecto a un mal presidente que no ha sido digno.
En su enojo, el presidente aseguró: “Mi autoridad está por encima de la ley”, lo que a todas luces no puede ni debe ser.
Sin embargo, al confesar tamaña burrada y atrocidad, actualiza ilícitos con esos actos que, según él, y por ser emanados de él, son de jerarquía superior a toda norma jurídica.
Confesó, por igual: Ordené a la Secretaría de Marina y a la Secretaría de la Defensa Nacional fueran a Panamá a buscar y a localizar los restos de Catarino Erasmo Garza Rodríguez, general de la revolución mexicana que desapareció en el siglo XIX en aquel país.
En el México actual tenemos cerca de 120 mil desaparecidos que aumentan en número día con día, y, en nuestro territorio, existen grupos de buscadoras que piden ayuda para su heroica labor, sin ser recibidas ni escuchadas por el presidente.
Bajo esa realidad, resulta absurdo e inexplicable la costosa búsqueda gubernativa de don Catarino.
Total, la estupidez llegó a cierto cerebro que ha convertido su mañanera en un confesionario, donde el desahogo presidencial revela diversos ilícitos, trágicos unos, cómicos otros.
Y el presidente sin escrúpulo alguno, pudiendo ser enjuiciado en EU y/o en México por supuestos delitos, sólo desatina al afirmar: “Me hacen lo que el viento a Juárez”.
Pero hay quienes afirman que, en secreto, ya ordenó el presidente invertir varios millones de pesos para pagar a los investigadores designados por sus hijos, a efecto de que le informen con toda exactitud, “qué le hizo el viento a Juárez”; todo esto por si las dudas, o por aquello del no te entumas.