Maquinaciones del espionaje
NAVAJA DE MUCHOS FILOS
Si el verbo “espiar” denota la acción de observar atenta y secretamente, o con disimulo, a algo o a alguien, para informar o informarse de todo lo visto, esa conducta de dios o de dioses, del hombre o de hombres, ha formado parte de la vida.
Todo dios ha espiado. Cronos espió a sus padres Urano y Gea, y los releva. Cronos y Rea son espiados por su hijo Zeus y, así, éste los derroca. Ese espiar dio poder.
En la Biblia, dios espía. Lo mismo en el Libro de Job que en el Génesis. Job, buen hombre a prueba, padece el espionaje divino, al igual que Adán, Eva y la serpiente, quienes sufren un castigo que trasciende a todos sus descendientes, afectándonos con esa virtud, o defectillo, de espiar y ser espiados.
De esas épocas pasemos a nuestro tiempo, y observemos que destacados periódicos y periodistas de los EU han espiado, con el fin de publicar informaciones sobre poderosos, logrando con ello, entre otras cosas: poder.
Uno de los propósitos de espiar es obtener poder a través de la información, de ahí que para muchos jefes de tribu, o reyes, o presidentes, vale más y cuesta menos tener un espía en el espacio del adversario, que costear todo un ejército para sitiar al enemigo.
Pero ahora, en esta avanzada segunda década del siglo XXI, los espías tienen tecnologías sofisticadas de punta para realizar sus espionajes y, como siempre, el más poderoso fisgonea eficientemente, mientras los pobres y los débiles sólo son objeto de espionaje.
Esa actividad, de espiar, a mí siempre me ha resultado perversa, y propia de inmorales contumaces, pero entiendo que para algunos es virtuoso trabajo, o un mal que se explica y justifica al ser producto de una necesidad.
George Orwell en su novela “1984”, publicada en 1949, predice un futuro para los humanos, en donde el ojo del Big Brother nos tendrá vigilados totalmente.
Y hoy por hoy, en donde casi hay un teléfono celular por cada ser humano, es decir, en donde hay poco más de 6 mil millones de esos aparatos, a través de ellos y de las pantallas de TV y computadoras, nos observan los poderosos del planeta, incluso en el interior de nuestro hogar.
Así que participamos en una tragicomedia malsana, en donde quien espía siempre será espiado, bajo las sábanas de su cama, en las cuentas bancarias, en sus propiedades, en sus contratos, en sus más íntimas y personales conductas.
Nuestros periodistas más distinguidos, a quienes el poder público de México espía, a su vez, siguen observando atenta, secreta, o disimuladamente a los jefes de los espías, para tener materia de información, y publicarla o no, según un sinnúmero de circunstancias económicas, políticas, éticas, jurídicas; empero, eso sigue siendo un combate por el poder.
La libertad y privacía del hombre está garantizada por el artículo 16 Constitucional y sus leyes reglamentarias. ¡Que el gobierno mexicano cumpla y haga cumplir esas disposiciones jurídicas!