BURLESCAS GIRAS ACUATADAS
Una de las características del actual presidente mexicano es que piensa y habla lento, analiza de manera burda y gruesa, y se otorga la libertad de contradecirse asiduamente con dejo de rusticidad.
Primero afirmó: “Siempre combatiremos la corrupción; comenzaremos de arriba para abajo, como se barren las escaleras.”
Después aseguró: “Porque la corrupción no sólo es inmoral, sino que es, al mismo tiempo, una fuente posible de financiamiento para el desarrollo, para el bienestar del pueblo.”
Más tarde dijo: “Es un buen negocio público acabar con la corrupción. El combate a la corrupción es una fuente importantísima de financiamiento para México.”
Y esa pausada, tosca y discordante retórica presidencial sólo fue abono que fortaleció a todos los corruptos, incluyendo al autócrata López y a su sagrada familia.
Ni barrió arriba ni limpió abajo. Hizo de la corrupción su mejor oficio; y a una multitud de mexicanos los hizo crédulos a su tiranía, embarrándoles atole con el dedo.
Millones de ciudadanos, oponentes, le cuentan día con día, en forma regresiva, la fecha de su salida.
Están esperanzados a la conclusión de su mandato.
Sí, terminará como presidente, pero seguirá como el amo de la claudicante, que añora ser su sirviente.
Otro aspecto de esa labia ordinaria, lánguida y paradójica del actual ejecutivo federal se exhibe señalando: “Al presidente de México se le respeta, y no es por ser Andrés Manuel, es la investidura presidencial, que merece tener un presidente honorable, no un presidente de mala fama pública, susceptible a ser ninguneado, ni en México ni en el extranjero”.
Cuando el primero que debió de haber respetado la investidura presidencial fue Andrés Manuel, al llegar a ese digno cargo; cuando lo primero que debió hacer Andrés Manuel como presidente fue respetar a todos los mexicanos, y no dividirlos; cuando lo primero que debió hacer el presidente López fue ser honorable, y no provocarse una fama pública mala; cuando lo primero que debió de hacer el presidente actual fue no ningunear a nadie, ni en México ni en el extranjero.
El reloj sexenal está marcando el fin del mandato oficial a ese Andrés Manuel, quien no supo respetar su propia investidura presidencial.
Está al cuarto para las doce, y sigue sin respetar su investidura presidencial, al cobijar y proteger a los improtegibles e incobijables.
López es de vocación autoritaria en grado sumo y, además, es cínico al afirmar: “democráticamente el pueblo de México eligió a Claudia Sheinbaum”, cuando bien sabe que el gran elector fue él, siendo su jefe de campaña de tiempo completo, invirtiendo decenas de miles de millones de pesos del erario federal en esa sucesión, activando al crimen organizado como promotor del voto, y maniobrando a su antojo con leyes y autoridades electorales a favor de Claudia.
Todos sus actos presidenciales van, y seguirán yendo, por los peores caminos, enseñando el cobre sin recato alguno, disponiendo que los gobernadores morenistas salgan, en coro borreguil, a apoyar en abierto manifiesto a su colega de origen, al gobernador de Sinaloa Rubén Rocha Moya, tan cerca de los cárteles famosos; cárteles, a quienes deben sus cargos, en alto porcentaje, esos gobernadores.
La señora corrupción, empolladora de gobernadores y hasta de una presidente, es creadora de riqueza y de poder mal habido.
Durante las burlescas giras acuatadas (López-Sheinbaum), en la gira resiente a Monterrey, Nuevo León, ambos afirmaron: “Ésta es una transición histórica, nunca antes vista”; y hasta en esto copian, y se equivocan. Esa frasecita la pronunció Plutarco Elías Calles al inicio del periodo 1929-1936, ante el presidente provisional Emilio Portes Gil, impuesto por Calles, después del asesinato de Álvaro Obregón: “Ésta es una transición histórica, nunca presente como en esta ocasión.”
Y en ambos casos, a distancia de casi un siglo, el caudillismo vuelve a asomar la repulsiva oreja, y el maximato exhibe su espeluznante pezuña.
¡Qué pena!, de verdad, qué pena; y qué peligroso para todos.