EL BOLÍVAR DEL SIGLO XXI
Más que apoyar una lucha política o ideológica, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha utilizado la grave situación que se vive en Perú como un pretexto para intervenir en asuntos que solo le competen al pueblo peruano, actitud que nos tiene al borde del rompimiento de relaciones entre ambos países.
Por décadas, México practicó la Doctrina Estrada como el ideal central de la política exterior mexicana. Esta doctrina fue creada en 1930 durante el mandato del presidente Pascual Ortiz Rubio, producto de las experiencias y reflexiones del entonces secretario de Relaciones Exteriores, Gerardo Estrada Félix.
La Doctrina Estrada se manifiesta en contra de que los países decidan si un gobierno extranjero es legítimo o ilegítimo, especialmente si este proviene de movimientos revolucionarios. El eje central de su ideología radica en la libre determinación de los pueblos y su correlativo de No intervención en los asuntos internos de otros Estados.
Ésta política permitió a México enfrentar con éxito crisis internacionales como la Segunda Guerra Mundial, y que además le valió el reconocimiento, el respeto y admiración en el concierto internacional.
Su valía y vigencia llegó a tal grado que en 1982, el michoacano originario de Zamora, Alfonso García Robles fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz, por sus aportaciones ideológicas y la concreción del Tratado de proscripción de las armas nucleares en América Latina, conocido como el Tratado de Tlatelolco, firmado en 1967.
Si bien es cierto que han pasado muchos años desde su utilización, hay conceptos y valores que nunca cambian, eso pensábamos hasta que llega un personaje enfermo de protagonismo, que no le importa desdeñar eventos históricamente exitosos de la vida nacional.
La intromisión abierta y descarada del presidente López Obrador en la vida interna de la República peruana-por defender el movimiento populista de Pedro Castillo, quien pretendió realizar un autogolpe de Estado y por lo que fue destituido por el Congreso- tiene en un vilo la relación bilateral.
En las manifestaciones callejeras y en los espacios políticos del Perú, la gente clama que no se meta López Obrador, que sea declarado como persona “non grata” y que se rompan las relaciones diplomáticas con México.
Es claramente visible que a más de cuatro años de su gobierno, el mandatario mexicano muestra signos inequívocos de despotismo que caracteriza a quienes detentan el poder de manera ilimitada y absoluta, interpretando la ley a su conveniencia y antojo, como sucede en México.
El sueño guajiro de López Obrador de convertirse en el Simón Bolivar del Siglo XXI, está lejos, pero lejísimos de hacerse realidad, porque si comparamos personajes, hay una diferencia abismal, además de que las circunstancias mundiales son distintas.