El 27 de febrero del 2020 se detectó el primer caso de coronavirus en nuestro país, no se dimensionó en ese entonces el grado de expansión de una pandemia que ha dejado una honda marca en la vida y la muerte cotidiana en este lapso temporal, las secuelas en diversos campos no tienen una fecha de caducidad. El temporal ha sido devastador.
Son diversos los elementos que unidos explican la gravedad de una pandemia que llegó para horadar la tranquilidad y dejar un gran boquete en la salud pública, más de dos millones de personas infectadas, muertos que actualizan registros todos los días en un periodo oscuro, ha sido el Covid-19 el espectro que da la vuelta al mundo.
La semaforización epidemiológica varía aunque el optimismo no se ha desbordado en los diferentes estados del país, la realidad tiene otros datos, otras historias que no dejan de poner a prueba la capacidad de asombro.
La deserción escolar también ha sido una consecuencia de la pandemia, ante la migración a las plataformas digitales no todos los alumnos tienen la posibilidad de tener conexión porque los avances tecnológicos no alcanzan cobertura en todo el territorio mexicano, ello desmotiva y complica el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Organizaciones como Mexicanos Primero han señalado que la deserción de estudiantes en diferentes niveles educativos alcanza a rebasar los seis millones, se trata de una cifra escalofriante.
Las consecuencias en el ámbito de la economía son funestas, una cantidad incalculable de pequeñas empresas han cerrado sus puertas con el consecuente número creciente del desempleo, personas que perdieron su trabajo ahora practican otros oficios, muchos abogados han optado por otras alternativas ocupacionales ante el cierre temporal de los juzgados.
La ola de angustia también ha crecido, muchas familias han perdido a personas cercanas, con ello se truncan proyectos y se alteran las emociones ante la dimensión apocalíptica del nuevo orden de cosas derivadas de la nueva convivencia.
Estamos en el proceso electoral, ciertamente muchos actores políticos no exhiben empatía, al contrario, suelen exhibir sus alcances para congregar personas. Sabemos que muchos electores que fueron convocados por la autoridad electoral para desempeñarse como funcionarios de casilla han declinado la invitación porque son diabéticos, hipertensos o tienen algún otro padecimiento crónico.
Ya hace más de un año del inicio de la pandemia, el mundo de la posmodernidad ha experimentado en el siglo XXI un grave padecimiento que se ha convertido en un parteaguas, ahora la situación es otra a partir del post covid.
Se continúa con el proceso de vacunación, que en nuestro país ha sido extremadamente lento si hacemos un comparativo con naciones como Estados Unidos o Israel, obviamente con logísticas muy distintas. Las esperanzas en las vacunas gozan de salud porque se ha tejido una expectativa que tiene como colofón superar esta situación letal que ha generado una debacle en diversos órdenes.
Mientras en México los semáforos cambian de coloración, aunque los males han calado, las secuelas están lejos de desaparecer y la convivencia social sufrió una mutación adversa que, en muchos casos, inocula soledad.