El fantasma de la violencia recorre al mundo, atentados terroristas que se replican con facilidad en Europa y en Medio Oriente, a donde el interés mediático es menor, ha sido una temible constante que hace recordar las nefastas cruzadas que tuvieron en el fanatismo religioso a su combustible.
Ante la magnitud de ataques mortales en las últimas semanas en diversas partes del mundo muchos evocan el libro del Apocalipsis, último del Nuevo Testamento bíblico, que fuera redactado por el apóstol Juan en la isla de Patmos; se presume que ahí se habla de las señales del fin de los tiempos aunque el lenguaje es alegórico y, algunos estiman, se trata de un asunto metafórico. Creencias metafísicas.
Aunque si revisamos algunos registros de la historia mundial siempre destaca el conflicto, la violencia como medio y fin; las guerras estuvieron presentes, el oprobio e injusticia han sido características que destacan la condición humana.
Si hablamos de personajes catalogados como consumados estrategas en el combate citamos a un Alejandro Magno, Julio César, Atila o Aníbal hablamos de guerras que representan muerte, ello implica destrucción pintada por la tinta sangrienta.
Actualmente el terrorismo abre sus fauces para devorar lo que encuentra a su paso y en nuestro país los embates del crimen organizado no han parado, las autoridades parecen quedar pasmadas y el fantasma de la incertidumbre recorre el mundo.
Dada la coyuntura que se abre ante los eventos trágicos auspiciados por los grupos recargados de violencia se ha motivado el retorno de los viejos fantasmas de un nacionalismo trasnochado que blande la espada ideológica de la exclusión para invocar a los espectros de Adolfo Hitler, Benito Mussolini y otros personajes hermanados por la tiranía.
Evidentemente, la violencia no genera algo positivo porque más bien se incuba el dolor de mano del odio y de la venganza disfrazada como justicia.
Los derivados de la violencia demencial son muchos, las secuelas parecen interminables, la descalificación y persecución a lo diferente es constante; acaso por ello dijo Nicolás Maquiavelo que el ser humano es perverso mientras que Juan Jacobo Rousseau hablaba de la bondad originaria. En todo caso el ser humano es una contradicción eterna.